Somos aún muchos los que en un tiempo analógico, pudimos y supimos colorear el alba de la juventud con los libros de Julio Verne. La ciencia ficción no nos llegaba con efectos desproporcionados audiovisuales, sino en el milagro de la transposición de la literatura misma.
Cierra hoy la cifra notable en términos matemáticos de 194 años del natalicio del célebre narrador, poeta y dramaturgo francés Julio Verne, uno de los padres de la ciencia ficción, famoso por adelantarse a sucesos del universo científico del mundo.
En 1879, publicó “Los 500 millones de la begún”, una obra que recibió no pocas críticas por el siniestro personaje Herr Schultze, el químico de la ciudad de acero Stahlstad. Casi se acusa de enfermo mental a Julio Verne por el cuadro psicológico de aquel monomaníaco germanófilo, racista contumaz, ególatra, autoritario, convencido de la superioridad de la raza alemana.
El genio narrativo de Nantes solamente se había adelantado diez años al nacimiento en Braunau am Inn, pequeña ciudad austríaca fronteriza con Alemania, de una de las figuras más siniestras de la historia de la humanidad: Adolfo Hitler. Las anticipaciones de Verne, tan recurridas por la crítica literaria posterior, confirman al menos una lectura creadora de la vibración de las cuerdas del tiempo.
Tal vez se precisa que el legado de Julio Verne, perfectamente ajustado en los libros donde tiene su mejor hogar, transite creativamente al nuevo universo tecnológico, en correspondencia con el proceso civilizatorio informático y comunicacional del mundo. En definitiva, aquella pretensión de Saint-Simon de instruir y de sensibilizar a la juventud será una empresa infinita.
Usualmente, se califica a ese sueño como un ideal socialista romántico. Las novelas de Julio Verne guardan una utilidad universal, porque quienes serán los protagonistas del porvenir, deberán ejercitar el pensamiento en la naturaleza interior de las ciencias.
Por los Viajes Extraordinarios de Julio Verne andan sin falta esos valores igualmente universales, que los poderes hegemónicos del mundo pretenden enterrar con el egoísmo, y la obsesión de convertir en mercancía cualquier dimensión humana. La pseudocultura y la industria del entretenimiento se diseñaron para que la inteligencia retroceda. Y para contrarrestar esa ofensiva de banalidad, bien pueden asistirnos los libros de Julio Verne, aunque algunos de ellos fueran contaminados o manipulados post mortem por su hijo Michel.
En broma, suele decirse que aún está pendiente el viaje al centro de la Tierra. Mientras llegue ese tiempo, bien vale el regreso a Julio Verne, para recuperar el suceso de la lectura, sea analógica o digital, crecer en la fantasía infinita, que al fin y al cabo, vivir, luchar, fundar en la contemporaneidad, no deja de ser una extraordinaria aventura.