John Lennon, el hombre que imaginó un mundo mejor

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Eran aproximadamente las 11:00 de la noche de aquel lunes 8 de diciembre de 1980. El doctor Stephan Lynn intentaba reanimar en urgencias del hospital Roosevelt de Nueva York al ex beatle John Lennon. Tenía impactos de bala en el pulmón izquierdo y en la arteria subclavia. Más de una vez dijo que ya no respiraba, que estaba sin pulso ni presión arterial, en un cuadro hemorrágico interno imparable. Dejaba de existir uno de los íconos más grandes de la historia de la música del mundo.

Desde entonces, mucho se ha escrito de la víctima y del asesino. Lennon reconoció en su momento que no fue buen esposo ni modélico padre en su primer matrimonio. Y se cuenta de aquel “largo fin de semana” de 18 meses, de fiesta en fiesta, en una apoteosis de drogas, de alcohol y de amantes. Pero quiso arreglarlo todo, como un Pablo Santo redivivo, para hacer un himno de vida al hermoso niño Sean, quien junto a Yoko Ono, aparece en un majestuoso palacio: el disco Double Fantasy. Y como otra saga iniciática cristiana, el Apóstol pronto iba a morir.

Todo parece simbólico en aquellas horas postreras de John en el Dakota de Manhattan. Grabó la canción Caminando sobre el fino hielo, de Yoko Ono, pero le resultó siempre muy extraña. Había hecho un silencio de años, casi un retiro de exclusiva fundación familiar, y se aprestaba a empezar de nuevo, como refiere otra canción de Double Fantasy. Fue su último día, una jornada intensa de fotografías, de grabaciones, de encuentros.

El asesino no pudo ser más pérfido. Se sabe que le pidió un autógrafo al artista, quien lo complació con amable gesto. “¿Eso es todo? ¿Quieres algo más?”, le preguntó Lennon, como si percibiera una línea de misterio en aquel presunto fan, o como para dispensarle otra ofrenda generosa. En su larga permanencia frente al edificio Dakota, Mark David Chapman conoció igualmente al pequeño Sean de cinco años, a quien le dio la mano. Debe de haber recibido la vibración inocente y pura de un niño, a quien ya le había concebido alevosamente la orfandad.

Chapman disparó cinco tiros contra el ex beatle. Cuatro de ellos lo impactaron por la espalda. El homicida despreciable permaneció tranquilo en la escena del crimen, leyendo pasajes de la novela El Guardián entre el centeno, de Jerome David Salinger. Otro sujeto, John Hinckley Junior, reconocería poco después que la pieza narrativa le inspiró para dispararle al entonces presidente norteamericano Ronald Reagan.

Un investigador, Jack Jones, escribió un ensayo bastante esclarecedor: Déjame derribarte: dentro de la mente de Mark David Chapman, el hombre que asesinó a John Lennon. Pero tal vez, el más exacto documento radica en las palabras de aquel doctor Stephan Lynn, que no pudo reanimar a John Lennon aquella fría noche del 8 de diciembre de 1980 en el hospital Roosevelt: “De salvarle, el mundo sería diferente, un lugar mejor”.

 

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