Pasajes de la Guerra Revolucionaria, de Ernesto Che Guevara, describe el heroísmo que recorre el Parque Leoncio Vidal durante la cruenta batalla de diciembre de 1958, que supuso el triunfo definitivo de la Revolución. Otra épica grande aconteció allí mismo la madrugada del 24 de marzo de 1896, donde el nombre del mambí devino color eternidad en la comarca.
Para entonces, ya el fuego invasor había conferido su ofrenda de luz en el poniente del archipiélago. Maceo andaba en nueva campaña por el occidente. El Generalísimo buscaba por el centro un golpe de efecto para las armas cubanas. Y concibió el audaz intento de tomar Santa Clara.
En la memoria insurrecta, permanecía aún fresco, a pesar del paso de casi 20 años, el extraordinario ataque de las fuerzas del General Manuel de Jesús Titá Calvar, la noche del 20 de julio de 1876, durante la Guerra Grande.
Esta acción y la exitosa operación dos meses después de las huestes del General Vicente García González en Las Tunas, resultaron una sacudida que la metrópoli se sintió en la mismísima Madrid.
El Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba, publicado por la Casa Editorial Verde Olivo, expone el registro sucinto de aquella página. Las fuentes consultadas por el colectivo de autores, refieren que las tropas cubanas partieron bien temprano el día 23 del campamento en Guarina.
A su paso por Manacas, se les unió la gente del entonces coronel Juan Bruno Zayas, quien avanzaba desde el occidente. El dato significa la coordinación del mando independentista, algo que la historiografía integrista suele denostar. Hasta incluso se sabe del almuerzo programado en Margarita.
En tres columnas bien formadas, cada una de ellas compuesta por cien hombres, se planificó la carga contra las posiciones hispanas. Al frente de ellas iban los tenientes coroneles Higinio Esquerra, Leoncio Vidal y Nicasio Mirabal. Pasada la una de la madrugada del 24 se dispararon los primeros tiros.
No todo fue bien en la jornada.
El efecto psicológico del empuje mambí, la idea de sembrar la sensación de inseguridad en las plazas mejor defendidas, seguramente dejó una huella. Por lo visto, repuestos de la sorpresa, los españoles ofrecieron cerrada resistencia. Ante la imposibilidad de concretar el plan preconcebido, Gómez ordenó la retirada.
Para ese momento, el grupo de Leoncio Vidal había entrado prácticamente hasta el centro de Santa Clara. El valeroso oficial se dispuso a cumplir la orden bajo el fuego intenso enemigo. El plomo peninsular lo derribó. Sus compañeros ni siquiera se percataron de su caída. El cadáver quedó en manos del adversario.
Un busto con su imagen, rememora en pleno corazón de la ciudad, que el heroísmo tiene nombre, y que la gratitud hacia quienes nos legaron patria puede y debe remontar límites de siglos. El recuerdo insiste en la necesidad de defender la gloria vivida desde el amanecer de lo cubano.
El prócer sería luego inspiración. El sitio que vivió su paso a la inmortalidad hace 125 años, fue testigo de la acometida rebelde que le partió el espinazo a la dictadura batistiana. Y su nombre fija un punto de alto contenido emotivo en la ciudad, donde desciende el ejemplo del hombre nuevo.