Martí vio siempre un reanudamiento en la despedida. Seguramente Fina García Marruz fue al crepúsculo a escribir el poema que nos debe, donde el sujeto lírico narra toda la inmensidad posible entre las estrellas y la bruma.
Morir, ella bien lo sabe, deviene taller, el oficio de hacer la palabra color eternidad. La crítica habla de una poesía de aliento católico, que discurre, resiliencia viva, por un mundo ateo y demasiado descreído. Me parece un juicio de fuera de fronteras, que no radica a la Cuba profunda, donde la fe jamás se rindió.
Prefiero recordar a Fina García Marruz, autora de su propio camino, pero de la mano siempre de Cintio, capeando juntos el azar y la injusticia, conscientes de que Dios está en la idea del bien, como dijo Martí en el dolor. Ni rencor, ni reacción alguna, tantas veces a flor de piel, anidaron jamás en esas almas virtuosas. Ella, como su compañero, como el Maestro en la distancia de siglos, jamás supo odiar.
Falta investigar más y mejor sobre la Fina origenista, donde la química del mester y de la identidad personal concibió una familia. Al llegar a la famosa revista, ya Fina García Marruz llevaba en el morral el verso tanto que le daría un lugar prominente en las letras hispanoamericanas de todos los tiempos.
La ensayista y la poeta que la habitaron, supieron sortear criptas para convivir en buen concubinato. La investigación perfila rutas, avisa al oído, cultiva el pensar, y hace de la escritura límpida y sincera algo grande del corazón.
La Edición Crítica aparece aún como la obra inacabada de Fina y de Cintio. La palabra del héroe transita aún como proceso. La martiana apasionada deja un legado de acendrada cultura, intensa, inmensa, propuesta de auténtica libertad. El único modo, como escribió Martí.
Y estará eternamente viva, útil, amiga, hacendosa, sobre todo en esa hora misteriosa de su fuga, en que suelen activarse las tertulias, la fiesta del poema, la obra hermosa por hacer, el reloj de la casa.
