La figura de Fidel permanece viva en el recuerdo de millones de hermanos. Su constancia por la educación, la cultura, el desarrollo del deporte, la salud, lo convierten en un suceso único de su tiempo.
Por estos días se evoca al Comandante. Su presencia se transpuso en versos y en canciones, en la oratoria poética, en la plástica de estilos múltiples, pero con un mismo eje temático: Fidel no ha muerto.
El líder de la Revolución construyó un hogar en la oralidad de los suyos, para ser memoria permanente, actante indispensable de la historia.
Para los valores universalmente reconocidos, fijó una casa en la cubanidad. Como alternativa al poder hegemónico, cultivó la honrosa costumbre de resistir, y sobre todas las cosas, de vencer.
Como buen maestro, nos enseñó hacer una lectura de cada suceso y significar que un mundo mejor es posible, solo basta el deseo de algunos para que prime la equidad en la tierra.
Hace tres años partió el Comandante hacia la eternidad y todo un país se acercó para verlo pasar y brindarle el agradecimiento por tanta entrega, por las horas de desvelo y por el amor infinito al prójimo.
En juicio común se despidió al padre, se le lloró como quien se marcha de casa y nos deja en desamparo. Para las generaciones de cubanos que se consagran en nombre de la lealtad, un país se piensa desde su ejemplo cultivado con decoro y dignidad.
El ideario fidelista (digámoslo así, sin prejuicios) significará siempre rompimientos, un compromiso con lo nuevo. Y sobre todo, con la instrucción y la cultura, que desde la percepción martiana, son la mejor fuente de libertad.