Sabedor como nadie de los caminos del periodismo y del deber, el Apóstol fijó en blanco y negro para cualquier tiempo que tiene tanto el periodista de soldado. Y por esas rutas de la responsabilidad histórica de su pueblo, anduvo sin falta Félix Elmusa Agaisse, nacido en Buenavista, La Habana, el 24 de noviembre de 1917.
Desde muy joven, vivió la atracción hacia el oficio de la imprenta, como tribuna para exponer sus ideas. En el periódico El Sol, tendría colegas con quienes compartir la percepción del mundo y el sueño de transformarlo. Por ese registro de valor documental, habría páginas acaso desconocidas y dispersas que pudieran algún día exponernos el calado humano de un periodista mártir de la Revolución.
Su nombre aparece multiplicado por la máxima distinción de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Un colega nuestro, Luis Hernández Serrano, le dedicó hace pocos años un libro, donde se perfila el nacimiento y el desarrollo de una personalidad, como también precisiones para un esbozo biográfico más profundo. En esas páginas se encuentran datos que para muchos resultan inéditos, hasta de una intensa curiosidad.
Es el caso, por ejemplo, de la escritura del apellido Elmusa. En la mayoría de las referencias se consigna con z. En la búsqueda sobre la saga del periodista nacido hace 104 años en La Habana, está el testimonio familiar. Félix era hijo de Lucía Otilia Agaisse, de ancestro germano, y de Esaad El Musa El Dazabe, quien sembró en los suyos el orgullo de nacer en Nazaret, donde casi dos mil años atrás había acontecido la llegada de Jesús.
Según una hermana del periodista mártir, la escritura del apellido quedó en un principio a la libre decisión del escribano que lo escuchó en árabe del inmigrante palestino llegado a la capital cubana. Tras el recibo de un documento remitido desde El Levante, el consenso familiar fijó el apellido Elmusa con s.
El último cumpleaños de Félix Elmusa se verificó en la tensión natural de la salida del puerto de Tuxpan, en México. La celebración fue entonces el preludio de una prueba, la certidumbre de un combate decisivo. Y en el yate Granma puso proa a la concreción del sueño que le animó a lo largo de su existencia, en el proyecto esperanzador de Fidel.
Prisionero tras el bautizo de fuego en Alegría de Pío, fue alevosamente asesinado junto a otros compañeros por los sicarios del tirano. Pero Félix Elmusa aún hace amigos al pasar. Y vive en el reconocimiento al colega que aún sostiene en duro bregar sus ideas de un mundo más justo, hecho paradigma de la honradez que tanto reclamó para su oficio amado el evangelio de Cuba.