Ellos purifican el ambiente al oxigenar el aire, proporcionan sombra, mejoran sectores erosionados, reducen el ruido, son capaces de suavizar el lugar donde se encuentran al propiciar frescura y humedad.
También producen alimentos y múltiples recursos, además de ofrecer hospedaje a muchos pájaros.
La copa de un árbol es flexible y está delineada para apresar la lluvia, y así que ésta se fluya a través de sus hojas, ramas y el tronco hasta llegar al suelo.
Su capacidad de captar la luz solar y así sombrear el piso, permite proteger del efecto dañino del impacto directo de los rayos solares a la fauna, la flora inferior y al hombre y sus bienes.
Nuestra ciudad, San José de las Lajas, no es de las que más árboles tiene, de ahí que caminar por buena parte de sus avenidas y calles en día soleados, requiere de sombrilla como compañía indispensable y es que la pérdida de árboles eleva las temperaturas y la evaporación del suelo.
Es cierto que los árboles no detienen un huracán, pero su presencia restringe velocidad a las tormentas, disipa su fuerza y mejora el ambiente.
Según referencias bibliográficas consultadas a través de la fotosíntesis que realizan las hojas, el árbol atrapa el CO2 de la atmósfera y lo convierte en oxígeno puro, enriqueciendo y limpiando el aire que respiramos.
Se estima que una hectárea con árboles sanos y vigorosos produce suficiente oxígeno para 40 habitantes de la ciudad. Un bosque de una hectárea consume en un año todo el CO2 que genera la carburación de un auto en ese mismo período.
En fin que los árboles, son vitales, imprescindibles en nuestro planeta, como también es imprescindible protegerles, por cuanto bien propician; ellos han inspirado a poetas y cantores, versos y canciones dan cuentas de su existencia.
Sublimes se muestran en oleos y majestuosos en tierra firme donde revelan su antigüedad en esa complicidad silenciosa de haber sido testigos exclusivos de hechos históricos, relaciones amorosas y del día día que llega a este siglo en que claman por seguir aportando a la vida.