El Desembarco del yate Granma con los 82 expedicionarios se inscribe como uno de los sucesos significativos de la historia de Cuba.
En esa epopeya que se gestó en México e inició desde el 25 de noviembre hasta llegar a los Cayuelos de Niquero y no a las Coloradas, el dos de diciembre, se reconoce como figura determinante a Fidel. Los revolucionarios del Granma se hicieron a la mar para desafiarle desatinos y conquistar una libertad perdida.
Desde la tierra de Benito Juárez, Fidel organizó el recorrido, preparó a los participantes y marcó los objetivos de la proeza.
El dos de diciembre de mil 956 certificaba una inmensidad de razones. La Historia me Absolverá, por ejemplo, era una auténtica selva de argumentos; pero el desembarco venía con razones bien dispuestas, llegar, entrar y triunfar.
Uno de los testimoniantes imprescindibles siempre fue el propio Fidel, quien desde muy joven aprendió a afrontar gigantes para hacer realidad el sueño de una patria libre e independiente.
El capítulo de glorias cuenta entonces la aventura de 82 hombres en un barquito que tantas veces hace agua, convencidos de vencer en batallas a decenas de miles de soldados.
Como siempre, en la idea y en el acto, la inspiración también estaba en Martí. (No se olvida que aquella noche de la luna roja del once de abril de mil 895, el bote del Maestro y de la Mano de Valientes estuvo más de una vez en peligro de ir a pique.) Entonces como el dos de diciembre de mil 956 era pertinente pensar una primavera y hacer de nuevo la Guerra Necesaria.
A 60 años del Desembarco del yate Granma, los cubanos lo recuerdan como un episodio que imprime la figura del líder histórico para refrendar las mismas luces del futuro.