Septiembre marca un momento significativo en la vida de los cubanos porque comienza un nuevo período en la esfera de la Educación.
Uniformes, mochilas, merenderos, libretas y lápices, toda una fiesta en los preparativos para llegar listos al primer día de clases.
La familia arriba a una etapa donde se activan los esfuerzos para que cada jornada sea exitosa, desde los primeros niveles de enseñanza hasta los universitarios y siempre con expectativas diferentes.
En los más pequeños asiste la fantasía y la ilusión de crecer con los nuevos conocimientos del mundo que los rodea, de disfrutar de los amigos, de abrazar a los maestros, de andar con firmeza sin caer.
En los que conforman el grupo de adolescentes, abundan los suspiros y las sorpresas, la indecisión y la torpeza propia de esa etapa, aunque también concurre la responsabilidad para los retos de la enseñanza secundaria y preuniversitaria.
Ya en la adultez los educandos lucen sus talentos en jornadas científicas, en eventos y concursos, en tesis de grado. La aspiración es llegar a la cima para convertirse en profesionales y dar todo de sí a la sociedad y al pueblo que confía en ellos para avanzar.
En este grupo los hay con canas y grandes deseos de saber más, los de la tercera edad que no renuncian al mundo maravilloso de los libros y las encrucijadas, a los guerreros con gafas que son admirados por su constancia.
Es la Cátedra de los gigantes avezados, diseminados por toda Cuba.
Septiembre llega marcando la diferencia en el verde caimán.