El asesinato del presidente Lincoln

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En el texto martiano, hay un lugar para el leñador de ojos piadosos de Kentucky. En su muerte, el adolescente José Martí llevaría consigo crespón negro como luto. La noche del 14 de abril de 1865, ya en los últimos tiros de la Guerra de Secesión, el presidente Abraham Lincoln recibió un disparo en la cabeza en un palco del Teatro Ford de la capital de los Estados Unidos. Muy cerca de allí, en la Casa Petersen, falleció la mañana siguiente.

Antes de ser teatro, el edificio ofició como templo bautista. Algún que otro autor especula con el signo de la tragedia a la salida de los religiosos del inmueble. En el 1862, un incendio prácticamente lo destruyó. Y un derrumbe en 1893 (ya como almacén y oficinas), provocó más de 20 muertes.

Pero el Teatro Ford se haría precisamente famoso por ser el escenario de aquel magnicidio con el que un grupo de simpatizantes de la causa confederada, trató en el último minuto de cambiar el curso de la contienda con un golpe de mano en la más alta instancia de la Unión Norteamericana.

Y allí estaba el actor John Wilkes Booth, uno de los habituales en la casa de Mary Surrat (ahora en Chinatown, Washington), donde se elucubró más de un plan (uno de ellos, secuestro), para detener la administración pública del país, y pararle los pies al Norte.

Tras el disparo mortal contra el presidente Abraham Lincoln, el asesino se lanzó al estrado del teatro asido de un telón. Más de un autor apunta el hecho casi simbólico de que en el trayecto, John Wilkes Booth se enredó con la bandera de la Unión y se fracturó una pierna.

El estandarte odiado por un homicida sureño le provocó el primerísimo inconveniente en la fuga. Así y todo, el hombre logró escapar a caballo, cruzar líneas de rigor, hasta llegar a una granja de gente amiga, donde soldados unionistas le darían muerte 12 días después.

Y como en muchos de estos casos, la leyenda extiende su atractivo velo sobre la historia. Aunque las autoridades del país norteamericano lo niegan una y otra vez, es popular la teoría de que en la granja de las Garret en Virginia, la milicia unionista realmente mató a un tal David Boyle, buscado por asesinar a un capitán en Maryland.

De acuerdo con esa versión, John Wilkes Booth habría sobrevivido hasta principios del siglo XX, cuando decidió suicidarse con una alta dosis de veneno. Como se sabe, sus cómplices, incluida la señora Mary Surrat, fueron condenados a la horca. A pesar de los numerosos pedidos, no hubo clemencia para la dama encartada, aunque muchas voces aún cuestionan su culpabilidad.

Y Lincoln permaneció en la admiración del Apóstol, a pesar de que oyó sin ira –como lo critica el propio Martí—que un demagogo le aconsejara comprar Cuba, para convertirla en vertedero de los negros armados que le ayudaron a asegurar la unión. Y como dice el Premio Nacional de Cine 2007, Fernando Pérez, llevaremos hoy luto como Martí por los que mueren en Estados Unidos en este drama terrible, pero avizorando otro mundo mejor, otro mundo posible.

 

 

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