La acción llevada a cabo por las huestes de Antonio Maceo, buscaba esencialmente un efecto psicológico en las cercanías de La Habana. Aquella sensación de peligro inminente contenida en la frase “Hannibal ante portas”, reiteraba el parangón histórico con el famoso general cartaginés, que durante casi 15 años devastó la península apenina para rendir a Roma.
Aunque siempre hubo criterios distintos sobre la tea incendiaria entre los dirigentes insurrectos, su aplicación obedecía a indispensables prioridades en el orden estratégico. Recuerdo que un alto jefe en la Guerra Grande admitía en sus notas un profundo dolor en el alma al hacerlo.
Entonces, el mando hispano propaló el rumor de que el fuego en Jaruco la noche del 18 de febrero de 1896, obedecía a la intención de Maceo de castigar a un pueblo de fidelidad probada al integrismo. ¿Cómo explicar el férreo cerco del gobierno colonial para evitar que los lugareños contactaran con los mambises? Además, uno de los tres fortines defensores del enclave español se pasó con sus armas al Ejército Libertador.
Las llamaradas casi a la vista de La Habana cumplían su cometido demoledor. No obstante su optimismo ante una eventual derrota de los independentistas, el Diario de la Marina se quejaba amargamente “porque nuestra dignidad padece y nuestros créditos se desmoronan y los restos de nuestra pasada opulencia se han de hundir en los abismos de la miseria y de la bancarrota” de proseguir Gómez y Maceo rondando los perímetros de la Villa de San Cristóbal.
En el orden táctico, el ataque fue un éxito rotundo. Todas las fuentes coinciden en que aproximadamente a las nueve de la noche de aquel 18 de febrero de 1896, dos secciones de infantería del Ejército Libertador al mando del General Antonio, entraron por los suburbios de Jaruco y liberaron a los presos tras apoderarse de la cárcel.
En las Crónicas de la Guerra de José Miró Argenter, se precisan las previsiones de la jefatura mambisa ante el eventual apoyo por vía férrea a las tropas peninsulares acorraladas en Jaruco, y también el análisis de la información recabada de los confidentes.
El choque permaneció hasta la misma madrugada. Cumplidos los objetivos, Maceo ordenó la retirada aproximadamente a las 03:00 horas del siguiente día, tras conseguir un abundante botín y elevar al espacio aquel fulgor de la antorcha insurgente que tanto pavor suscitaba en el círculo cercano a Valeriano Weyler.
El Lugarteniente General había recibido la información de que a media jornada de aquel sitio, se encontraba Máximo Gómez. Era necesario el encuentro entre ellos para ultimar nuevas acciones que pusieran al límite al poder colonial y para intercambiar sobre el estado político y los peligros que encaraba la propia Revolución.
Tras el asalto y el incendio de Jaruco, el Viejo y el Titán pasarían la dura prueba en Moralitos, cerca de San José de las Lajas, donde por última vez combatieron juntos. Prosiguió no obstante el bregar invasor por el occidente cubano. El abrazo de ambos certificó siempre un papel inspirador.