el amor todo lo espera hasta el morir

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En la literatura son célebres los recuerdos que duermen en las paredes de una casa. En el actual Archivo Histórico Provincial de Matanzas, despierto, útil, paradójicamente testimoniante, se halla el profundo silencio de José Jacinto Milanés. Una falta de sonidos que a ratos asusta, que aún conmueve a la pena por el delirio del autor de El Conde Alarcos.

Alguna fuente asegura que a la edad de 25 años, sufrió una fiebre terrible que le habría dejado secuelas indelebles en el cerebro y hasta una invalidez pasajera. Esa sería, según unos, la génesis de la galopante locura que le fue signando sus días, que lo sumió en un grave mutismo que, como se dice, lo convirtió en un fantasma en la célebre casona de la calle que hoy tiene su nombre.

Ese mundo de alucinaciones de José Jacinto Milanés, parece comulgar con los lugares universales del narrador y del sujeto lírico. En la poesía, se encuentra la voz firmemente convencida de que palidece si se calla. Está, por otro lado, el sofocante rumor de ausencia, en el conocido cuento Sin un ruido, del escritor norteamericano Damon Knight, escrito mucho después, donde curiosamente el protagonista sufre también de parálisis cíclicas.

Pero otros se aventuran a creer que las primeras crisis nerviosas aparecen casi simultáneamente con el estreno de El Conde Alarcos. ¿Quién sabe? En el célebre pasaje hispano que Milanés recreó, el personaje principal le confiesa su amor a la hija del Rey, a la Infanta, quien en un principio parece desoír la propuesta. Como se conoce, las actancias de la obra cambian hasta concluir en tragedia.

A puro golpe de oralidad, junto al extraordinario legado literario de Milanés que tantos insertan con Heredia, Plácido y la Avellaneda en la primera generación romántica de Cuba, nos llega la presunta historia de un poeta apasionado, del amor ardiente por Isabel, una prima suya. El escritor habría ensayado la declaración en su diario, en intenso monólogo interior, hasta que brotó como un estallido.

Será un amor jamás correspondido. Tampoco la familia de la muchacha comparte la idea de una relación entre ellos. El poeta no quiere repetir la fórmula del Conde. No acepta casarse, ni formar una familia como el fiel vasallo Alarcos. ¿Teme Milanés ya en su mundo de espejismos, cometer el crimen que una fuerza superior ordena en la leyenda? Todo sería pura especulación.

Los amigos, que luego se perderán como la memoria (así decía otro poeta loco, John Clare) le sugieren que viaje, que salga de Matanzas, que trate de refrescar el ardor que lo habita, que trate de poner tierra por medio entre él y la joven. Hasta se sostiene que regresó algo aliviado, que volvió a escribir pero sin el brillo de antes. El mal ya no tendría remedio.

Aquel pobre hombre donde hoy rompe el silencio toda la historia de la Ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas, rehuyó el destino del Conde Alarcos, de algún modo criatura suya también, para emprenderla contra sí. Quizá para olvidarse, para borrarse el mismo. Pero sus compatriotas, hasta hoy, nunca lo consintieron.

Transitando los surcos del tiempo sin frontera que describe el poema, discurre otra historia. El esposo de la prima Isabel, también toma sus previsiones: se marchan de Matanzas, tal vez para alejarse de aquel cuadro difícil. La muchacha habría regresado a la ciudad el 14 de noviembre de 1863. Solo entonces, ese propio día, José Jacinto Milanés expiró. Como ocurre en las leyendas, el poeta la estaría esperando para morir.

 

 

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