Ellos estuvieron alguna vez. Su utilidad trascendió épocas, devino recuerdos, nostalgia, oportunidad para afianzar amistad, para declaraciones de amor.
Ellos siempre fueron necesarios, fueron y son necesarios, más allá del tiempo transcurrido pero, ya no están.
Son los bancos, que antes poblaron diferentes sitios, y hoy en algunos casos, son solo parte del pasado, ese pretérito obligado, al cual no deben pertenecer.
Un parque sin bancos pierde parte de su encanto, aunque de cierto modo, hoy pocos son los que frecuentan los parques como visita, la mayoría lo hace por necesidad, a la espera de algún trámite en sitio cercano.
El parque Camilo Cienfuegos, el de la Glorieta como algunos le identifican, es hermoso. Es escenario de importantes acontecimientos, que visibilizan la cultura y hechos que ameritan reconocimientos individuales o colectivos pero, el parque ya no tiene bancos.
Duele la ausencia de los bancos, duele el retiro de ellos, duele la inclemencia de quienes lo causaron.
La insensibilidad anda suelta, el irrespeto a la propiedad social no tiene frenos, el maltrato a lo que nos pertenece a todos ocasiona medidas que también duelen.
Un parque sin bancos es como una ciudad sin árboles, un parque sin bancos lleva la mutilación de parte de su esencia; aniquila la posibilidad de detenerse, de quedarse el tiempo necesario en concilio con los recuerdos, en el descanso oportuno, en el diálogo urgido que merece la paz que propician estos sitios.
¿Dónde están los bancos? ¿Regresarán alguna vez al sitio que pertenecieron o, están destinados a ser exclusivamente parte del recuerdo?.
Ellos estuvieron alguna vez, los de mayor edad recuerdan la concurrencia al parque de la Glorieta, ese sitio que siempre resultó escenario de encuentro de amigos y también de enamorados.
Hay silencios que gritan, este es uno el de los bancos del parque, el de los bancos de otros sitios donde estuvieron y de otros donde no están y se necesitan
