Y la recibió del Buró Federal de Investigaciones (el FBI, por sus siglas en inglés). Los detalles aparecen en el libro La Guerra Secreta: Acción Ejecutiva, del General de División (R) del MININT, Fabián Escalante Font. El FBI tenía en su plantilla a un piloto infiltrado en la emigración revolucionaria en los Estados Unidos: Alan Robert Nye. Le habían creado una leyenda formidable: por su militancia junto a los cubanos enemigos de la dictadura, lo desactivaron de la fuerza aérea de aquel país.
Y el FBI lo cedió a la policía secreta de Batista, para cumplir un encargo que no tenía nada que ver con los objetivos para los cuales se fundó hace más de cien años como la Oficina de Investigaciones del Departamento de Justicia. Una de las tareas expresas desde su creación para salvaguardar la seguridad interna de la nación norteña, fue precisamente luchar contra el crimen organizado. Y en diciembre de 1958 estaba el FBI cooperando con la tiranía para asesinar a Fidel.
Tan pronto Alan Robert Nye llegó a Cuba, fue recibido en el hotel Comodoro por el brigadier Carlos Tabernilla Palmero (Silito) y el coronel Orlando Piedra Negueruela. El primero, ayudante militar de Batista, hijo de Francisco Tabernilla Dolz, El Viejo Pancho, el jefe del Ejército. El otro, jefe del Buró de Investigaciones, famoso por su papel represivo. En la reunión, le comunicaron los pormenores del plan, y por supuesto, el pago por sus servicios: 50 mil dólares, que en ese entonces eran más que una fortuna.
El Comandante en Jefe del Ejército Rebelde había llegado el ocho de diciembre a La Rinconada, en el actual municipio granmense de Jiguaní. En las guerras de independencia, por allí estuvo el campamento del Mayor General Calixto García Íñiguez. Por lo visto, los servicios secretos batistianos conocían el lugar más o menos exacto de la permanencia de Fidel en aquel punto, hoy Monumento Nacional. Y en coordinación con altos jefes militares del régimen, acompañado de un comando especial, despacharon al mercenario yanqui, armado con un fusil Remington 30.06 con mirilla telescópica y un revólver 38.
Fabián Escalante Font significa en su documentado ensayo, la seguridad de quienes urdieron el plan de que Fidel sería seducido sin falta por ese norteamericano “revolucionario”, dispuesto a bombardear objetivos militares del régimen con algún aparato aéreo disponible. Pensaban que sin dudas, el líder rebelde lo recibiría. Pero fue retenido por los barbudos, y la pretendida audiencia jamás se verificó.
Por el contrario, se vio envuelto en una investigación que descubrió que los gastos del tal Alan Robert Nye en el hotel Comodoro corrieron a la cuenta de Silito Tabernilla. Al norteamericano no le quedó más remedio que confesar sus verdaderas intenciones. Fue sentenciado y expulsado del país. En la prensa de la época, aparece suficiente material gráfico y escrito sobre aquel atentado contra Fidel, en el cual ya estaba involucrada una agencia gubernamental norteamericana: el FBI.
Tan solamente 17 días después del cuartelazo traidor del 10 de marzo de 1952, el gobierno de los Estados Unidos reconoció a la dictadura. Desde entonces el respaldo militar y diplomático fue absoluto. Resulta famosa la fotografía del nueve de agosto de 1956, recogida por la Editorial Capitán San Luis en el compendio ¿Por qué la Revolución Cubana?, donde aparece el jefe de la División Militar norteamericana en Cuba, coronel Harold Issacson, firmando un convenio de entrega de armas al régimen.
Fue una ayuda en material bélico que se mantuvo por años. A menudo se refiere aquel momento en que ya al final, el 17 de diciembre de 1958, el embajador yanqui en La Habana, Earl T. Smith, le comunicó personalmente al tirano que los Estados Unidos le retiraban el apoyo. Según consignó en alguna parte, Batista respiraba como un animal herido. Pero tres días después, el agente Alan Robert Nye estaba en Holguín, junto al coronel batistiano Manuelo García Cáceres, ultimando el plan homicida.
El gobierno de los Estados Unidos castigaba al hombre que tantos servicios le prestó por no apartarse a tiempo y dejarlo maniobrar. La esposa del dictador, Martha Fernández Miranda, siempre habló del dolor profundo del General de Columbia, a quien sus amigos yanquis le negaron la entrada a Norteamérica. Tras su estampida del primero de enero de 1959, jamás pudo disfrutar de su residencia en Daytona Beach. Sin embargo, el Buró Federal de Investigaciones no detuvo nunca el proyecto criminal contra el Comandante en Jefe.