Cuando el presidente norteamericano Eisenhower aprobó en 1960 el programa de acción encubierta contra Cuba, con el claro objetivo de destruir la Revolución, ninguno de nosotros había nacido.
No nos tocó vivir esa etapa heroica de resistencia de todo un pueblo, que supo demostrar el valor y la entereza para enfrentar las amenazas y agresiones de todo tipo por parte de quienes, empeñados en regresarnos a un pasado neocolonial, se habían propuesto por cualquier vía rendir al pueblo que se sacudía el pesado yugo que por años le impusieron.
De la historia aprendimos a admirar y respetar a las sucesivas generaciones de cubanos que han sido consecuentes con esos principios y nos han legado la certeza de que no es este un pueblo que tiemble ante las amenazas, ni es esta una nación que haga concesiones, si ellas entrañan menoscabar la soberanía conquistada.
El pasado 16 de junio, con el torpe e irrespetuoso discurso de Donald Trump, comprendimos con profunda claridad que las alertas martianas y fidelistas sobre las invariables pretensiones del imperio con respecto a Cuba pueden haber mudado de época y de personajes, pero sus esencias son las mismas.
Cuánto desconocimiento o cuánta manipulación política se reflejan en ese mensaje, cargado de odios y burdas mentiras sobre nuestra patria, ¿puede acaso el presidente del país que reúne los más modernos sistemas de información y espionaje, desconocer la realidad de un pequeño archipiélago tan próximo a sus costas?
Por qué miente, por qué pretende ignorar que somos una sociedad que aprendió hace muchos años a construir su futuro sin intromisiones ni miedos; por qué se aferra en el ridículo de acusar a un país donde sus jóvenes crecen seguros, sus niños van a la escuela y sus médicos llevan salud gratuita a todos los hogares de aquí o de cualquier rincón del mundo, a pesar de un bloqueo genocida y mundialmente rechazado que ahora se empeña en reforzar.
Nuestra educación y nuestras raíces nos permiten comprender la razón del embuste; descubrir, en ese acto despreciable protagonizado en Miami, la manifestación mezquina del imperialismo, su desprecio por los pueblos del mundo, su intolerancia y su prepotencia.
La juventud cubana está forjada con la unión indisoluble del antimperialismo de Martí, Mella y el Che; con la voluntad inquebrantable de Fidel y de Raúl; con la memoria de tantos cubanos que no permitieron nunca el más mínimo gesto de irrespeto hacia esta tierra, que aún se sacude bajo la hombría de Maceo, presto a muchos Baraguás, mientras queden zanjones al acecho.
Expresamos nuestro total respaldo a la Declaración del Gobierno Revolucionario, que con toda contundencia expresa que los Estados Unidos no están en condiciones de darnos lecciones. Junto a todo el pueblo seguiremos apostando por la paz, por el respeto mutuo y por la convivencia pacífica de las naciones.
Sentimos el orgullo de sabernos protagonistas de un futuro que estamos en condiciones de construir con nuestra inteligencia y esfuerzo, sin dar cabida a los que sueñan con anexionismos y aplauden vergonzosamente al amo que paga y desprecia.
Nada de lo dicho, ni nada de lo que se pueda urdir contra la Revolución, podrá tener éxito. Nuestras aulas, nuestras fábricas, nuestros centros de servicio y de defensa, están repletos de jóvenes que nunca le fallarán a su tiempo y a sus desafíos. A ninguno nos es ajeno el compromiso y el patriotismo, sin importar en qué sector trabajemos o qué forma de propiedad tenga nuestra fuente de empleo.
Más de una vez hemos jurado fidelidad a nuestro sistema social socialista y no serán las amenazas y las exigencias imperiales las que quiebren los troncos de los pinos nuevos.