Cuba, el Clásico, y un corazón de puertas abiertas

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El Clásico de Béisbol constituye el gran acontecimiento. El cuarto lugar para el equipo Cuba es la noticia. O el Team Asere, aunque el anglicismo sea una concesión a pesar de todo. Lo de asere me parece una vindicación de la palabra del Calabar africano, hasta un tributo a la memoria del investigador y ensayista, sacerdote de Ifá, Tato Quiñones: “Hermano, te saludo”. Vivimos ahora, a lo mejor, el alba de un nuevo día para el pasatiempo nacional.

Ahí estaría el mejor saldo: el despertar de la afición después de un letargo demasiado distendido en el tiempo. Como mucho después lo más bárbaro del ritmo hizo tan cubana a la jazz band, la raigambre mambisa convirtió al béisbol en razón de identidad desde el amanecer de la nación. ¿O es que el juego de batos del ancestro arahuaco se inscribe en la mejor universalidad de la estirpe humana?

El nostos homérico, tal vez la primera explicación creíble de la nostalgia, regresó en estos días en el equipo del abrazo, donde hermanos de un lado y del otro del mar, se unieron en la misma vibración por la bandera de la estrella solitaria, en la obligada reverencia ante el recuerdo de tantos héroes que dejaron el alma en el terreno.

Perdieron un juego frente al favorito del campeonato, en el peor escenario posible, sin amilanarse ni rendirse, y eso los hace acreedores del más intenso respeto. Hace 20 años, las protestas más grandes contra la guerra en la historia humana, se inscribieron en el Guinness World Records. Y Miami fue la única ciudad del globo donde, no solamente se marchó a favor de la masacre, sino que se reclamó que se extendiera a otras partes.

 

¿Cómo olvidar a esos campeones del patriotismo, que reclamaban una invasión urgente contra la tierra que los vio nacer? Y lo pedían en el idioma del agresor, no en su lengua materna, para evitar confusiones en el oído atento del amo, ni equívocos en el Pentágono: “Irak now, Cuba after”. Sí, era el mismo rugido de ciertos vándalos que se dieron cita en las gradas del LoanDepot Park de la famosa comarca floridana.

 

En la cultura cubana levantó un hogar, junto a la rebeldía, la suerte de ser alegres y hospitalarios. Ni el acoso imperial, ni la peor coyuntura posible, jamás socavarán la hermosa condición de ser buenos anfitriones. Ningún atleta, ni deportista, ni científico, ni senador ni representante norteamericano de visita en Cuba, ha sido víctima de algún ex abrupto, de una ofensa, de una provocación, a pesar del gigantesco crimen del bloqueo, o del despojo contra nuestros pueblos, o de la devastación de sus armas inteligentes por los oscuros rincones del planeta.

 

El papel del equipo Cuba en el Clásico nos trajo de vuelta una pasión que por momentos nos pareció perdida. Devolvió la fe de millones de regresar al linaje del mejor béisbol. Nos reencontró con la costumbre, ya verso y canción, de compartir un deporte que se parece tanto a la vida. Y nos confirmó la actitud de corazón de puertas abiertas a quien quiera sentir un sincero apretón de manos, que desee conocer de cerca al archipiélago real y maravilloso, donde el amor pica y se extiende.

 

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