Cronología de la subordinación de Batista a los Estados Unidos

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El libro Estados Unidos y Batista (Cronología ampliada 1952-1958), supone una reparación histórica ante la desmemoria distendida por el poder hegemónico global. Su autor, Manuel Graña Eiriz, ya fallecido, encara la complicada tarea de desmontar, documento en mano, la narrativa de un paraíso cubano en los años ´50 del siglo XX, construido a imagen y semejanza del sueño americano, y que la Revolución destruyó.

La propuesta de la entonces Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, como literalmente fija el título, abre la investigación a partir del cartelazo traidor del 10 de marzo de 1952. La historiografía siempre ha buscado afanosamente alguna evidencia que incrimine al gobierno norteamericano con el rompimiento del orden constitucional en Cuba. Ni falta que hace. Todo el acontecer ulterior confirma la responsabilidad del vecino norteño con la tragedia que se avecinaba.

Fulgencio Batista Zaldívar venía de las actancias de una revolución que, como dijo Raúl Roa, se fue a bolina. A cada rato se afirma que se halló en el foco de atención en Moscú de la Internacional Comunista. Dmitri Manuilski y Gueorgui Dimitrov, habrían sugerido a los comunistas cubanos un acercamiento a aquel joven oficial, ambicioso de poder, pero de cierto carisma ante la tropa, mestizo y de origen humilde. Pero casi 20 años después, la historia dispensaba un panorama completamente distinto.

Se vivía la plena intensidad de la Guerra Fría, con el capítulo caliente de Corea, de la Cacería de Brujas en el país campeón de la democracia, del famoso juicio por presunto espionaje atómico contra los esposos Rosenberg. El hombre fuerte de Columbia extendió desde el mismo día del golpe de Estado, aquel mensaje a sus amos de que estaba 100 % de acuerdo con sus deseos. El sargento taquígrafo, devenido general, con una fastuosa mansión en Daytona Beach, escalaba ilegalmente al poder para ponerse incondicionalmente al servicio del enemigo histórico de Cuba.

A manera de orfebre, Manuel Graña Eiriz reúne el suficiente material de archivo para recordar que aquel taller del crimen en el cual Batista convirtió al país, se construyó y se provisionó con los recursos bélicos y con la asesoría militar y de inteligencia de los Estados Unidos. Incluso, cuando el país norteño anunció en marzo de 1958 un embargo de armas a la dictadura, en su afanosa búsqueda de una tercera opción que evitara el triunfo revolucionario, operó en el más estricto secretó en función de no dejar desamparado al amigo ante el empuje victorioso de las guerrillas.

Amigo personal del tirano, el embajador Earl Edward Tailer Smith, le anunció personalmente el 17 de diciembre de 1958 en la finca Kuquine, que el gobierno norteamericano le retiraba el apoyo. Luego dijo que fue una conversación que duró dos horas y 35 minutos, y que Batista respiraba como un animal herido. Para entonces, se corría una verdadera maratón de deslealtades, de viejos compinches que, en contubernio con la CIA, maniobraban contra el dictador ya en su ocaso.

Conspirador nato, el general golpista preparó en aparente calma su fuga, con la colaboración de un escasísimo número de personas. Incapaz de concebir una sola operación táctica exitosa a pesar del poderoso arsenal aún en sus manos, engañó miserablemente a los soldados que enviaba a una derrota segura. Y dejaba atrás a un numeroso grupo de asesinos que en su nombre ensayó las peores formas de tortura y de muerte.

Sus amos jamás le perdonaron que no se hiciera a un lado a tiempo, para maquinar contra el proyecto de Fidel. Y le prohibieron de por vida entrar a los Estados Unidos a disfrutar su enorme fortuna, multiplicada con el robo del erario nacional. La señora del sátrapa, Martha Fernández Miranda, hablaba constantemente de la angustia de Batista por semejante ingratitud tras tantos años 100 % de acuerdo con sus deseos.

Ahora, en ese Norte que lo lanzó al cesto como una jeringuilla desechable, se le dedican misas a su alma, algo que por lo visto nunca tuvo, y se le dispensan libros donde se castra sin piedad a la historia. En la propuesta Estados Unidos y Batista (Cronología ampliada 1952-1958), de Manuel Graña Eiriz, subyace la gran realidad, tantas veces repetida y consabida: el imperio no tiene amigos, sino interese

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