Para quienes lo conocieron, difícilmente habría alguien más tímido y callado. Y así, en el más profundo silencio, sin pedir clemencia a unos verdugos que él sabía de sobra sin piedad, esperó la muerte con estoicismo ejemplar en un paraje casi remoto del Escambray hace exactamente 61 años.
Conrado Benítez García tenía apenas 18 años en el momento de su cruel asesinato. La iconografía, que misteriosamente suele conferir madurez y hasta senectud a cualquier imagen, no se equivoca al fijar el rostro firme del muchacho introvertido que soñaba ser ingeniero en electricidad, pero que prefirió ser soldado de la batalla hermosa de la enseñanza.
Sus asesinos lo escarnecieron brutalmente antes de ultimarlo. Le improvisaron una jaula para vejarlo por el color de su piel, le lanzaban piedras, lo escupían, le proferían toda clase de insultos. Pero Conrado, consciente de su destino en manos de aquellas fieras, se armó del valor suficiente para subvertir el miedo físico natural y salvar su dignidad ante su propia conciencia.
En el instante de su captura en aquellas serranías cercanas a Trinidad, Conrado Benítez García llevaba en su morral de alfabetizador las mejores armas de la Revolución: libros de Anatomía, de Matemáticas, de lengua española, regalos para sus alumnos allá en la finca San Ambrosio. Y como era de esperarse, aquellos bandidos al servicio del imperio, no estaban dispuestos a perdonarle esos autos de amor, de fe en el crecimiento humano, de la tanta luz que sin falta cambiaría los caminos de la historia.
Pero Conrado concibió morada definitiva en la infinitud del tiempo. En el poema de Nicolás Guillén, hay un lugar para el verde joven de rostro detenido. Y su nombre aún se canta, y no solo por las actancias de la docencia. La famosa Marcha de la Alfabetización, de Eduardo Saborit, lo multiplicó, le confirió un refugio en cada proyecto de sus hermanos, y hasta hoy son millones los que lo saben noble causa del corazón.
Los buenos cuantos de recuerdo, serían el tributo mejor a Conrado Benítez García, el maestro que regalaba un Sol a los niños, y que en las noches entregaba un aula de estrellas a sus hermanos.