El soneto parece el auténtico hogar de Carilda Oliver Labra. El frondoso endecasílabo perfiló el justo espacio donde el hecho físico de la muerte puede ser desafiado. Hace patria el sujeto lírico que canta sus glorias, pero que también siembra el orgullo de ser cubanos y la voluntad de cultivarlo sobre todas las cosas.
Cada vez son más quienes se reencuentran en sus versos, para sellar abrazos y tareas comunes. Como ocurre con mucha gente querible, no se habla de otro aniversario de su natalicio. La edad múltiple, sin que importen los cuantos del tiempo en la piel, celebra el cumpleaños 99 de la poetisa imprescindible.
Por el latido de once sílabas, transitan las más fuertes emociones de un sujeto lírico que se sabe libre y orgullosamente femenino. La Premio Nacional de Literatura 1997, confiere en 14 versos un ejercicio y su mejor discurso, validación hermosa y heroica de la lengua española.
La califican frecuentemente de erótica, cuando habría que reconocerle más bien lo intenso, lo natural y lo sincero de tantos autos de fe, con los cuales quienes la admiramos podemos y debemos concebir el homenaje perenne. En imágenes se rompe de un tirón la práctica machista de siglos. La poesía libra valerosamente otra guerra por la emancipación.
Por supuesto que aquel verso Me desordeno, amor, me desordeno, clasifica entre los más populares en el habla hispana de todos los tiempos. Es la mujer y no el hombre quien actúa intensamente: te toco con la punta de mi seno. Y la boca del hombre, se describe simplemente demorada.
Al final, Carilda Oliver Labra sella un triunfo inaudito, con la hembra arrodillada, no postrada, sino descubriendo el sexo. Y con esa misma vibración o quizá más grandeestaría aquel mandato en once sílabas: Te mando ahora a que lo olvides todo, no conocido como los otros, donde se describe aquel seno de nata y de ternura/ aquel seno empinándose de un modo/ que te pudo servir de tierra dura./ Aquel muslo obediente pero fiero/ que venía de sierpes milenarias/ aquel muslo de carne y de me muero/ convocado en las tardes solitarias.
Todavía sigue firme y útil esta Carilda Oliver Labra, sobre todo para tanta gente que se siente morir en la primera decepción amorosa. Búsquese su poema Te borraré, y tendremos una propuesta para subvertir derrotas: Te borraré con una esponja de vinagre, con un poco de asco,/ te borraré con una lágrima importante o un gesto de descaro.
No se desfasa jamás la maestra Carilda, esa cátedra de poemas, de pincel, de mester escultórico, de capítulo ya vivido que convoca a seguir. Así pasa igualmente su libro de cuentos A la una de la tarde, uno de los mejores pactos de creación del sujeto lírico con el narrador. Cómplice y amiga se presenta Carilda Oliver Labra, donde el heroísmo se factura con una relación sexual furtiva.
Aquí, en este archipiélago de lo real maravilloso, habrían de hacerse todas las deferencias posibles, como este nuevo cumpleaños de la escritora en que felizmente nos acompaña, aunque físicamente no esté. Como el amor todo lo espera, remontó pacientemente aquel quinquenio gris y tantos sinsabores.
Sus poemas constituyen embajada de la lengua española por cualquier confín del planeta. Carilda Oliver Labra permanece justamente en la raíz de lo cubano, en su verdad (ahora tan necesaria) en el Canto a la bandera. O cuando la madre marcha al extranjero (desgarramiento en el alma y en la audición), que escribe aquella revelación de patriotismo: Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda, sobre mi tumba.
Hay mucho simbolismo en esa suerte de plantar definitivamente la tienda donde las entrañas de Cuba le dispensan el más telúrico abrazo. Rumbamos ya hacia el centenario, que suele ser la unidad temporal favorita de los próceres para levantarse de su obligado descanso.
La poetisa prosigue el tránsito natural por el polvo de estrellas tan repartido en canciones y en ensayos. Y resulta flor, cauce del agua hacia el Sol, regreso a la osadía de su pueblo. En la ofrenda martiana a Pushkin, bien se dice que los poetas son como los mares, que fluyen y refluyen.