Camilo Cienfuegos Gorriarán, nació el 6 de febrero de 1932 en Lawton, La Habana. Era sábado. Para unos, resulta día de asueto, de descanso, de recogimiento hasta la puesta del Sol. No sería ese precisamente el signo de aquella nueva vida, quién sabe si tocada por ese encanto milenario de hacer obras grandes a pesar de la quietud del mundo.
A menudo, la historiografía revolucionaria hurga en la saga de los antepasados del héroe, como desclasificando signos en el tiempo, construyendo la lógica intertextual de la familia, el corpus de ideas y de tradiciones. A la hora de fundar familia, Ramón Cienfuegos Flores y Emilia Gorriarán Zaballa, se habrían reencontrado –tal vez—por el origen y por el pensar. Él, de Pravia, en el Principado de Asturias; ella, de Castro Urdiales, en la costa norte de Cantabria. También la acostumbrada camisa de las clasificaciones los une en pensamiento en el anarquismo.
Una y el otro, en identificación ideológica, aparecen unidos en la causa republicana de España. Ni la distancia, ni el obstáculo enorme del mar, borraron la conexión sentimental de los padres de Camilo con aquella emoción, que luego se convirtió en sueño de la emancipación universal, frente al acoso del fascismo y la lógica indiferencia de los campeones de la democracia en el mundo.
Cuentan que el pequeño Camilo andaba de la mano del padre y de la madre, en la extraordinaria tarea de las colectas por la República. En la obra de su corazón, el periódico Patria, el Apóstol lo pergeñó como hermoso principio: “Ha de ser limpia la casa y la conducta”. En ese formidable ejercicio del hogar, diáfano como el agua, creció aquella vida que un día sus compatriotas sentirán presencia entrañable, leyenda al alcance de la mano.
Vaga por Norteamérica en busca de algún trabajo mejor remunerado. Pero el pulso revolucionario no se apaga. Allí sabe la mala fortuna de los latinos atraídos por un sueño, que no se corresponde con una nación nada solidaria con la gente del Sur. En Estados Unidos conoce a Lolita Lebrón y a Rafael Cancel Miranda, aquellos que más tarde irían a morir por Puerto Rico en una acción en el Congreso.
Camilo tendría su propio bautizo de fuego el 7 de diciembre de 1955 ante la gloria del Titán. El padre hablará de la sangre. En el rapto y tras la herida, la edad que busca la transformación del mundo, exorciza miedos y dudas. El recuerdo de Maceo será un signo en la saga ulterior: el nombre de la columna invasora, otra vez la ruta heroica al occidente en desafío inequívoco a lo difícil.
Y nació el guerrillero que levantó un hogar en el mito, en la oralitura de un pueblo que vive en la hoja de la navaja, en la frontera imperial de la que hablaba el doctor dominicano Juan Bosch. No pudo salvarse la experiencia de la República Española, pero acá, del otro lado del Atlántico, lejos de teorías eurocéntricas, en el corazón del Caribe, permanece la obra grande de Camilo, contra viento y marea, a pesar del acoso terrible del más poderoso y agresivo imperio de la historia. En su defensa, concurren los principios que fraguaron la humanidad de Camilo: el valor, la creación, la lealtad. El héroe no deja de nacer.