Antonio Moltó Martorell: la vuelta al gozo perdido, el viaje

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Para un bardo se escribió hace muchísimo tiempo en la hora de partir: “Los poetas apuestan y también pierden”. Para el heraldo pudiera ser exactamente lo mismo, pero le sostiene el verbo encendido del Apóstol. El periodismo fue casi una obsesión para Antonio Moltó Martorell. Cada frase suya, o confesión en la entrevista numerosa, es un auto de fe. Quizá por eso aquel inolvidable Presidente de la UPEC no parece ni caído ni vencido por el peso de la desventura.

El transcurrir de los años no desdibuja sus actos ni su recuerdo. En alguna parte, lo calificaron como el Guerrero de la Lucidez. Como el protagonista de la saga antigua clásica,  ni se rindió ni dejó de trabajar. La encendida arenga martiana remonta límites de siglos, para conferirle al maestro y amigo de periodistas un sentido prístino de vida: “A la muerte se la ha de cortejar, con la virtud y el trabajo cordial, como a una amiga hermosa”.

Cuanto diga o escriba sobre Moltó pasará siempre por el tamiz de la gratitud, porque fueron él y Tubal Páez quienes me tendieron la mano cuando en mi comarca natal libraba yo mi propia guerra, y todo parecía perdido. No propuso un pacto de silencio ni de descanso. Había llegado en una hora de otras peleas, de volver a la carga con la palabra. Como él mismo dijo entonces, en Radio Rebelde tendría una trinchera y no un refugio.

No podía ser de otra manera. Era él de esos hombres fieles, que visten la lealtad con la inconformidad y con la lucha. Por ahí anda el reclamo del Guerrillero Heroico de combatir todo lo que está mal, “lo haya dicho quien lo haya dicho”. Constituye todavía un reto para la emisora de la Revolución conservar esos contenidos y esas esencias, como el “Hablando Claro” del que Antonio Moltó Martorell fue conductor y director hasta su deceso.

Dejó, eso sí, muchos consejos para el día a día de los periodistas. En primer lugar, aprender, y no solamente con el autor que nos simpatiza. Carlos Rafael Rodríguez, por ejemplo, admitía haber crecido con los textos de José Ortega y Gasset. Algo parecido debieron vivir Karl Marx con respecto a Pierre-Joseph Proudhon, y Julio Antonio Mella en relación con Víctor Haya de la Torre. Recuerdo a nuestro Antonio Moltó Martorell, en la visita sorpresiva a un Pleno del Comité Nacional de la UPEC en una de sus convalecencias, hablándonos de su reciente

lectura crítica de aquel libro donde se justificaba el denominado “culto a la personalidad de Stalin”. Para sus hijos en este oficio, queda esa propuesta de saber y de pensar a contrapelo del sufrir y del fenecer.

Resistió al cáncer con estoicismo ejemplar, y eso solamente bastaría para ser un héroe cotidiano. Tiene que haber sido demasiado dura esa prueba en que el dolor lacera la dignidad, cuando el alma ya no puede obrar en un continente personal que se deteriora sin remedio. Pero lo hizo desde una coherencia y una sinceridad casi asombrosas, para convertirse en una pauta de actitud en este tiempo en que parecen retroceder valores y virtudes.

En el Reportaje al pie de la horca, de Julius Fucik, está sin falta su epitafio: “Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre”. Como para el poeta que apuesta, con el riesgo de perder, están los versos de Machado: “Todo pasa y todo queda,/ pero lo nuestro es pasar,/ pasar haciendo caminos,/ caminos sobre la mar”. El paso constrictor del tiempo no desfasa la relatoría querible del periodista, del profesor, del jefe, del amigo Antonio Moltó Martorell. Como hace cinco años, resultan otra vez pertinentes las palabras de Martí: “La muerte es azul, es blanca, es color perla, es la vuelta al gozo perdido, es un viaje”.

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