El regalo de Fidel

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Alguien me dijo que las palabras hermoso y alegría no conjugaban con la fecha del 25 de noviembre porque ese día se recuerda la desaparición física de Fidel. ¿Acaso hará falta el llanto para embellecer su recuerdo o es que resulta un pecado sentir felicidad hoy, cuando a cada paso del camino asaltan latentes las huellas de amor que él legó a su pueblo y al mundo?

Es que muerte y final son incongruentes cuando se trata de Fidel. Vivo está y lo afirma la gente en ese Yo soy Fidel que estremece las calles cuando hay quién pregunta por el Comandante. Palpitando siguen sus palabras que convidan y ayudan a cambiar todo lo que puede ser cambiado, pese a los vientos y las mareas.

Jamás sobrará el júbilo para cantar y contar la vida de Fidel. Era un barredor de tristezas, y su sacerdocio fue amparar a los más necesitados. Así que donde quiera que él pusiera los pies, los ojos, las manos, el pensamiento y el corazón, la tierra se estremecía para transformarse en un lugar mejor.

De ello pueden dar fe infinitos registros de la historia tejidos con su hacer casi mágico, que iluminó los sitios más insospechados del planeta, y donde hoy muchos niños y jóvenes llevan los nombres de un médico, una doctora, un profesor o una maestra de Cuba. Estoy segura que ellos sonreirán de inmediato si se les menciona el nombre de Fidel.

Y yo también, sin poder evitarlo me alegro cuando pienso en él. Me hace feliz el hogar, los hijos y la familia que hemos ido construyendo en un lugar descubierto por Fidel hace 50 años: el Valle del Perú, en San José de las Lajas. Así que el corazón hace una fiesta cada vez que veo mi primera escuela, Tamara Bunke, una idea suya que devino el primer puente entre la civilización y mi valle tan querido.

De verdad, que no puedo amarrar la risa si hablo de la carretera, el policlínico, la presa Mampostón, el plan genético pecuario y los diez edificios: mi comunidad sembrados por él en estas tierras de la geografía de Mayabeque a fuerza de deseos, de pasión por nosotros y por la vida que estuvo aquí sepultada bajo un terrible olvido por demasiado tiempo.  

Es así como recuerdo a Fidel, y de similar manera lo hace muchísima gente agradecida que también lo siente próximo, vivo y tan entusiasmado como si fuera a ordenar la próxima batalla.

Esa rara virtud suya de transformar el dolor ajeno en el combustible para correr insólitas travesías y escribir los más increíbles episodios, lo convirtió en el padre, el hermano, el amigo y el hijo de todos y para todos los tiempos.

Pero a la vez Fidel era, por sobre todas las cosas, el héroe entrañable del pueblo, nuestro héroe. Por todo eso y porque a los Héroes se les recuerda sin llanto, como dice Sara González, estoy feliz sabiendo que él venció a la muerte, y obstinado como es sigue apareciendo en las alegrías que nos regaló.

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