Viva el Primero de mayo

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Repetir una y otra vez la consigna “¡Viva el Primero de Mayo!”, no constituye una simple ecuación retórica. Nada de eso. No resulta casual ni fortuito que en el país campeón de las libertades y de la justicia, la fiesta del trabajo sea el Labor Day del primer lunes de cada septiembre. Ni tampoco que alabarderos del imperio, le dediquen tanto tiempo y espacio a denigrar la fecha, y de paso definir al Día Internacional de los Trabajadores como una manipulación histórica del comunismo.

Aquellas jornadas de la primavera de 1886 aún cultivan la conciencia universal de la emancipación. Y ayudan a crecer. El propio José Martí es un ejemplo. Fue un crítico acerbo de los anarquistas en un primer momento, para luego tener otra percepción del problema. Sacar del contexto frases del Apóstol de la primera crónica, y de paso obviar su trabajo conclusivo en torno a los sucesos de Chicago, deviene interpretación oportunista y tendenciosa de la historia.

El primero de mayo de 1886 era ya importante desde antes. La Federación Americana del Trabajo (AFL, por sus siglas en inglés), acordó en octubre de 1884 que desde ese día, la duración legal de la jornada laboral no excediera las ocho horas. Otro tanto planteaba la Ley Ingersoll firmada por el presidente Andrew Johnson, que en la práctica era letra muerta. Decir que nada ocurrió aquel día significa ignorar los centenares de miles de trabajadores que salieron a la calle en Chicago, y que paralizaron la ciudad. 

Las movilizaciones obreras prosiguieron en los días subsiguientes. Hasta se dice que con el empleo de rompehuelgas se mantenía activa la única fábrica de la urbe norteamericana, la McCormick, de maquinaria agrícola. La policía intervino en defensa de los rompehuelgas en un choque con trabajadores, y mataron a seis personas e hirieron a otras tantas. El cuatro de mayo, la autoridad uniformada decidió disolver la manifestación en el Haymarket  Square, y una bomba explotó en sus filas. 

La reacción policial, enrarecida por la guerra psicológica de la prensa, fue brutal. Más muertos y heridos, detenciones, golpes, torturas. Se decretó el toque de queda. Gente nada sospechosa de simpatizar con el comunismo, comparte el criterio de que los líderes anarquistas fueron víctimas de un proceso amañado e injusto. El mundo entero los conoce como los Mártires de Chicago. El término los incluye en la numerosísima  relatoría del mundo, de caídos por sus ideas. 

La Segunda Internacional acordó en 1889 que en lo adelante, el primero de mayo fuera el Día Internacional de los Trabajadores. Cuba, aún colonia española, pero fuertemente influida por el capitalismo norteño, aparece entre los países pioneros de la celebración en Nuestra América en 1890. Y las luchas obreras ocuparon un sitio en el despertar de la conciencia nacional de la década de los veintes del siglo pasado. Y la unidad parece simbólicamente sellada en la admiración mutua de Alfredo López y Julio Antonio Mella, aunque al primero se le califique de anarcosindicalista y al segundo de marxista. 

Sin caer en las trampas de las descalificaciones en el propio seno de los revolucionarios, el líder estudiantil cubano certificó el tributo a los asesinados por los sicarios machadistas. Después caerían Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, y otros tantos más, en una causa por la emancipación conectada con aquellos asesinados en Estados Unidos  en la inolvidable batalla decimonónica. 

No importa la distancia geográfica, ni el paso constrictor de los años, si el sueño sigue siendo el mismo. El Día Internacional de los Trabajadores, además, se corresponde con la fiesta innombrable de lo cubano anunciada por el poeta. El “¡Viva el Primero de Mayo!”, está muy lejos de ser una simple frase formal. Nos integra a una misma familia humana, y sobre todo nos compromete a no olvidar.

 

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