En el entierro de las víctimas del ataque terrorista contra el vapor francés La Coubre, nació la decisión de ¡Patria o Muerte! Aún los archivos imperiales no han desclasificado la participación de sus servicios secretos sobre la criminal acción, pero al menos se sabe que doce días después de aquella manifestación de duelo y de compromiso en la esquina de 12 y 23 en El Vedado capitalino, el presidente norteamericano Dwight David Eisenhower aprobó un programa de acciones encubiertas contra Cuba.
Ese plan original contemplaba la invasión, pero le concedía capital importancia a la subversión interna. Estados Unidos aprendió inmediatamente la lección de la guerra irregular contra un ejército, y quisieron aplicarle a la Revolución Cubana la misma receta que ella había creado.
El Comandante en Jefe Fidel Castro aludió más de una vez que hasta en cayos de marabú en La Habana, hubo alzados contra el proceso de cambios iniciado el primero de enero de 1959. El plan de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), le daba especial significación a los teams de infiltración, al apoyo logístico a las bandas contrarrevolucionarias y a los actos terroristas.
Sí, una presunta Quinta Columna era primordial en ese proyecto primigenio del imperialismo, que por lo visto subestimó el apoyo popular a la Revolución, y mucho más la capacidad de sus órganos de la seguridad para desarticularlo. No debe olvidarse que el documento firmado por el General Ike Eisenhower, incluía la denominada Operación 40, destinada tras la caída del gobierno revolucionario a “limpiar” al país de las principales organizaciones y de sus más renombrados dirigentes.
La idea tantas veces pregonada por la mafia en Miami de “tres días para matar”, no es un invento suyo; tiene un antecedente en marzo de 1960, aprobado por el jefe de turno del imperio.
La CIA le echó mano al material humano disponible para agredir a la Revolución. Así reclutó a represores batistianos, a malversadores, a prófugos de la justicia revolucionaria, a gente afectada por las leyes populares. La Agencia tomaba muy en cuenta la experiencia del derrocamiento en junio de 1954 del gobierno progresista de Jacobo Arbenz Guzmán en Guatemala, y allí, en el propio país centroamericano, estableció las bases de la brigada mercenaria.
Nada, ni siquiera las prioridades de la guerra psicológica, quedó fuera del plan. Antes de entregar el gobierno a la nueva administración demócrata, el equipo del General Ike rompió las relaciones diplomáticas con Cuba. John Fitzgerald Kennedy heredó la invasión, pero no la detuvo.
Por supuesto que los órganos de la Seguridad del Estado tenían la información sobre los preparativos de la Brigada 2506. El ataque del 15 de abril de 1961 contra las bases aéreas de Ciudad Libertad, de San Antonio de los Baños, y de Santiago de Cuba, para destruir en tierra a la aviación de combate, confirmó la inminencia de la agresión.
En la ONU, se libró una formidable batalla diplomática, encabezada por el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa, que a pesar de obstáculos de procedimiento, logró desenmascarar la patraña imperialista. En la despedida de los caídos, otra vez en la esquina de 12 y 23, brilló nuevamente el genio político y militar de Fidel aquel 16 de abril.
El Comandante en Jefe ordenó la movilización del país, y proclamó el carácter socialista de la Revolución. Y lo hizo a la cubana. No fue una declaración de “por cuantos”, ni de “por tanto”, ni de “resuelvo”. Nada de formalismos ni de formulismos. Era una decisión que pronto se refrendaría con la sangre de lo más humilde del pueblo. Más de una vez se ha dicho que en Playa Girón se combatió ya por el socialismo.
El “gobierno provisional” preparado por Estados Unidos para instalarlo en una cabeza de playa, quedó varado con el equipaje ante la impotencia de sus amos. La victoria de la Revolución debió de ser un golpe terrible para la arrogancia de un país, para el cual la América Latina y el Caribe son solo su patio trasero.
Está por saberse cuánto afectó en el orden psicológico a los halcones anticubanos el fracaso de la invasión, de la Operación Mangosta, de los tantos planes urdidos contra el archipiélago rebelde y sus dirigentes.
A cada rato, blasona algún dinosaurio de la brigada mercenaria, como si los cubanos olvidaran su “heroísmo” de matar familias indefensas, de que tras caer prisioneros resultaron ser “cocineros y sacerdotes”, de que se consideraban “engañados por el gobierno de Estados Unidos”. Si al poco tiempo quedaron libres, fue a raíz de una solución de canje, propuesta por el Gobierno Revolucionario.
En la madrugada del 17 de abril, la tropa invasora proyectada por el viejo Ike Eisenhower en marzo de 1960, chocó en la Ciénaga de Zapata con la primera patrulla de milicianos. La respuesta de los revolucionarios fue una decisión surgida, como se consigna al principio, por aquellos mismos días: ¡Patria o Muerte!