En cada coyuntura ciertamente difícil de la patria, asume siempre su primerísima línea de combate el gremio periodístico. Y lo mismo en sus congresos, como en sus plenos peleadores pero leales, o en la gesta de la cotidianidad, permanece fija la idea de seguir fundando una organización cada vez más necesaria. Desde aquel 15 de julio de 1963, transcurrieron ya 56 años, y la historia parece conectada a un nuevo inicio para la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).
Queda clara la responsabilidad del periodista cubano con la cultura, desde su carácter multidisciplinario. A la banalidad de la industria del entretenimiento, habría que contraponerle propuestas justamente avaladas por la verdadera creación artística, en un entramado muy diferente, con nuevas tecnologías que cambian decisivamente el escenario. El periodista ha de integrarse en esa realidad, donde cada vez son más plurales los públicos y casi infinitos los accesos y las fuentes.
¿Cómo hacer más atractivas las sugerencias del heraldo, y al mismo tiempo que conserven profundidad y altura, que se difuminen sin tantas complicaciones en ese intercambio casi en tiempo real en la red de redes del mundo, y que dialoguen, polemicen, combatan, instruyan, y sobre todas las cosas sensibilicen?
En buena medida, habría dos premisas que cumplir: robustecer el oficio de narrar, y conservar el carácter práctico necesario del mensaje. Saber contar desde una indispensable cultura de la verdad, sabiendo que el cierre informativo ya no tiene tiempo y no puede esperar.
Parece una verdad de Perogrullo, pero es cada vez más imprescindible salvar el espíritu inicial de la prensa revolucionaria. En los momentos más duros, cuando aún la victoria se exponía lejana, el mensaje jamás hizo pactos con el secretismo. No se ocultó nunca una baja de los revolucionarios, ni se añadió una sola de los enemigos. ¿Cómo es posible que en nombre de la seguridad del país, se pretenda callar cosas que al final realmente demuestran ineficiencias, y hasta malos manejos?
La Unión de Periodistas de Cuba, consagra una obra inscrita en los registros de la cultura cubana, para ganar una guerra de pensamiento como lo reclamó el Maestro.