Desde muy temprano comenzó a beber, primero para integrarse al grupo más popular del barrio, después como una constante que no pudo evitar y con el paso de los años quedó prisionero del alcoholismo.
Para él esos instantes de embriagues que fueron aumentando con el tiempo eran momentos de placer y relajación, sin darse cuenta que su cuerpo se deterioraba poco a poco como consecuencia del consumo indiscriminado de esa droga permitida.
Comenzó a cambiar su estado de ánimo, enfermedades como la presión arterial, ulceras gástricas y otras aparecieron, pero como todo adicto justificaba esas señales como causa de la edad y no de su terrible padecimiento.
Pero como dice un famoso refrán “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Este hombre con sus 50 y tantos años sumaba además dos grandes problemas: había perdido su familia y resultó diagnosticado con cirrosis hepática.
Esta historia real, pero con un protagonista anónimo, resulta alarmante, porque al alcohol llegan algunos por placer, comienzan desde muy temprano a ingerir bebidas alcohólicas y después, sino hay freno, el final es fatal.
Ante esta problemática es fundamental el papel de la familia, ya que son los responsables de transmitir conductas acordes con la sociedad y contribuir con ejemplos positivos, como sobriedad en el consumo de alcohol.
Además, es importante mantener una buena comunicación y dialogo oportuno con los hijos a fin de aportarles valores, conocer a sus amigos, mantenerles horarios de salidas prudentes pero firmes, así como fomentar actividades de ocio y aficiones comunes, donde pueda compartir toda la familia.
Los programas de salud y los educativos dirigidos a la prevención del alcoholismo son significativos para evitar que las nuevas generaciones asuman al alcohol como una manera de diversión; la realidad es cruda y sumamente letal. El alcoholismo, degenera a quien lo practica y puede llevar a la muerte.