En el Maestro radica el evangelio emancipador. El 24 de febrero de 1895 fue el inicio de su concreción, proyecto en el cual aún andamos. Pocas veces, una obra social y humana tuvo tanta conexión con los recuerdos. La fecha se significa en su propia trascendencia: como el 10 de Octubre, denota el parto prodigioso de un pueblo.
Como otras tantas veces en la historia de Cuba, la página de combate refrenda el suceso de la otredad. Aquella tropa de inspiración concurre al deber, consciente de su papel en la pelea, pero que más de cien años después ocupa a académicos en vocación transdisciplinaria en la concepción de una obra creativa intergenérica. El 24 de febrero de 1895 se encuentra en cualquier capítulo posible de lo cubano, con todos los heroísmos y la idea fija de nunca dejar de ser.
El día habita en cualquier texto bienhechor, aunque todavía se circunscriba a Baire. Sería mejor denominarlo Grito de
Cuba, para que no se nos mueran otra vez Antonio López Coloma y otros héroes sin nombre, como dice la canción.
Para la historiografía, el 24 de febrero de 1895 resulta igualmente un tema polémico en otros sentidos. Recuérdese que las fuentes no coinciden en quién fue el hombre que trajo el tabaco con la orden de alzamiento, aunque existe el consenso de que fue Miguel Ángel Duque de Estrada. No se han esclarecido las circunstancias del asesinato de Manuel García, El Rey de los Campos de Cuba, cuando marchaba a Ibarra, a unirse al movimiento, como tampoco los investigadores se ponen de acuerdo en relación con la actitud del General Julio Sanguily, quien se había comprometido a cooperar como jefe militar de Occidente.
Hace 127 años del estallido de la Revolución de Martí, como tantos definieron la epopeya convocada por el Apóstol. Vuelve a vibrar la gesta en topónimos inolvidables: Baire, Bayate, Jiguaní, El Cobre, Holguín, Ibarra, Guantánamo, La Confianza, Bayamo otra vez. El Maestro evocó entonces la guerra, y su amor necesario más que la responsabilidad, comenzó aquel día con ella.
