El virtuosismo del amor en Ignacio Agramonte y su esposa certifica la profundidad de sentimientos de uno de los cubanos más devotos a la Patria.
Estas palabras de él a ella lo confirman: “Yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encuentro tu felicidad y mi deber frente a frente”.
Y esta frase de Amalia al Mayor refrenda la lealtad de ella: “Tu deber antes que mi felicidad, es mi gusto, Ignacio mío, y cómo no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón”.
No cabe duda alguna, esta relación fue una de las más bellas y fascinantes historias de amor que transcendió a su época y a su espacio.
Hoy se hace necesario trasmitir ese encantamiento amoroso, ese eterno y mágico amor a los pinos nuevos que viven y revolucionan el siglo 21.
Aquel que fuera presidente del Comité de Camagüey, redactor de la primera constitución de la República de Cuba dejó un legado hermoso de patriotismo y amor en su corta vida de 32 años.
Ignacio Agramonte y Loynaz perteneció a una de las familias de más prestigio y dinero de Camagüey, al igual que su esposa Amalia Simoni Argilagos, pero su posición social no menguó la lealtad por el suelo patrio, pisoteado por los españoles.
Estudió Derecho en La Habana. Y precisamente el 8 de junio de 1865, el Mayor desarrolló su Tesis de Grado para recibirse como licenciado de la Facultad de Derecho, con el tema “Estudio bajo el punto de vista del principio racional, sobre el derecho reformado por Justiniano en comparación con el anterior a su época”. Obtuvo sobresaliente.
Lo caracterizaron sus ideas independentistas y apostó junto a muchos cubanos de la época, por la libertad de Cuba, fue delegado a la Asamblea constituyente de Guáimaro, espacio donde afloró la primera ley cubana de abolición de la esclavitud aprobada por él.