Soy de esa generación de cubanas y cubanos que usó en la primaria el uniforme gris y la pañoleta azul y blanca, el calzado plástico y tuvo tres juguetes por la libreta. Soy de esa etapa en que Roberto Carlos, Julio Iglesias y Feliciano no se escuchaban en la radio pero si en las fiestas de 15, que por aquellos tiempos solo llevaban como baile principal el vals.
Soy de una generación soñadora, que no andaba tras las marcas y desconocía el Reggaetón, que en el pre universitario tuvo el uniforme de la saya azul con listas blancas identificando el nivel de estudio y que se apropió de las canciones de Silvio y Pablo como himnos imprescindibles en sus actividades escolares.
Ha pasado el tiempo, y aunque muchos de aquella etapa tomaron otros rumbos, segura estoy, que desde cualquier distancia recuerdan con agrado los años de niñez y adolescencia, esos que quedan para siempre en el recuerdo, donde carencias materiales no aniquilan la memoria porque la abundancia afectiva abastece el espíritu.
No dejo de recordar en una amiga de la infancia, parte de ese grupo que emigró un día de Cuba y aun cuando han pasado décadas no deja de pensar en los suyos y no entiende como su país de origen siga en pie.
Aun cuando la incertidumbre anida en diversos sitios del planeta donde tristemente persiste el analfabetismo, la inequidad, la pobreza desmedida, la miseria alarmante, muchos insisten en detenerse en Cuba, en su realidad; unos porque aman esta tierra que les vio nacer, otros porque insisten en tocar con agravios la vida aquí.
Escuché hablar a mi amiga con cariño de esta tierra hermosa, de cuánto extrañó a sus maestras y a sus amigos de entonces cuando un supuesto viaje de fin de semana se convirtió en un paseo sin retorno.
La descubrí también sorprendida por sabernos como somos, por las carencias que existen y por esa manera altruista que distingue a este pueblo; es que muchos no comprenden que no es verbo ni adjetivo, es mucho más, es sentido de pertenencia, amor, voluntad.
No se trata de repetir la historia, se trata de continuar haciendo historia desde la perspectiva de los que aman y fundan, de los que deciden por el mejoramiento humano, de quienes creen que los obstáculos son solo escalones para crecer y enfrentar cualquier desafío.
Claro que muchos no comprenden por qué somos así, por qué aún ante carencias, ante la problemática que nos reta cada día no perdemos la sonrisa.
Soy de esa generación de cubanas y cubanos que disfruta los amaneceres y critica lo mal hecho, que decide también con la actualización del modelo económico hacer perfectible nuestro sistema social.
Soy de esa generación de cubanas y cubanos que no deja de admirar la obra de Silvio y Pablo y suma a su horizonte a Buena Fe, Carlos Varela, Raúl Paz, Ricardo Arjona, Chico Buarque, Andrea Bocelli.
Soy de esa generación de cubanas y cubanos que nació sin miedo, con libertad de andar por sus calles, con la alegría anudada a su tiempo, con la esperanza y los sueños despiertos, esos que aún nos reconocen altivos, dispuestos, altruistas y con vocación para la victoria.
Somos así, y como dice esa canción trovadoresca:
Aunque las cosas cambien de color,
no importa pase el tiempo.
No importa la palabra que se diga para amar.
Pues, siempre que se cante con el corazón,
habrá un sentido atento para la emoción de ver
que la guitarra es la guitarra,
sin envejecer.