Sigue vivo el legado de Fidel

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La obra del Comandante en Jefe será legado perenne para las nuevas generaciones.

El concepto de Revolución del primero de mayo del 2000 define su perpetuidad. No importa que pasen 60 años o cien más. En tanto esas ideas guarden utilidad, vigencia, que enciendan el corazón de la esperanza por un futuro mejor y más justo, la epopeya no puede quedar enclaustrada en un viejo tiempo.

Fidel define un proceso que no sabe de límites temporales ni geográficos. Puede ser para este minuto heroico que transcurre y muere, como igualmente para mañana. Es válido para la Patria, como para el pueblo que reciba el abrazo solidario de los cubanos.

En aquel acto por la fiesta de los trabajadores, el líder querido extendió un reclamo de audacia, de unidad, de fraternidad, de independencia. Conquistar toda la justicia precisa emanciparnos nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, sin fiar la defensa de la empresa colectiva a ninguna fuerza externa. Será necesario cultivarle la rosa blanca del Maestro, que tenga la diafanidad del agua, sin la bruma de la más piadosa de las mentiras.

A lo largo de esta distendida historia de 60 años, la Revolución ni se rinde ni sella pactos indignos con su enemigo. Tampoco cometió el error de sus precedentes que la historiografía llegó a considerar casi una ley: que las revoluciones son como Saturno, porque devoran a sus propios hijos.

Frente a las mismas fauces de la fiera imperialista transcurrirá la tarea permanente de Fidel, en tanto jamás se incurra en violar principios éticos, y se salve el sueño colectivo de hermanos que se tratan unos a otros como seres humanos.

 

 

 

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