Jamás la historiografía cubana dejará de especular sobre la reunión en La Mejorana. Desde la costumbre milenaria de establecer trinidades santas en cualquier empresa humana noble, Martí, Gómez y Maceo constituyeron la correspondiente a la guerra de 1895. Y allí chocaron dos percepciones patrióticas en torno a la conducción de la guerra, representadas por los puntos de vista del Apóstol y del Titán.
La relación entre ambos tuvo siempre cauces sinuosos. Les animó en todo momento el mismo sueño, pero procedían de mundos distintos. Martí participó ya en la preparación de la Guerra Chiquita, de la cual Calixto García apartó a Maceo por temores raciales. ¿Le atribuiría el hombre de Baraguá alguna responsabilidad a Martí en esa decisión? No existe sobre eso evidencia alguna, ni siquiera la menor alusión del propio afectado, pero la pregunta habita hasta hoy en la pródiga imaginación de los investigadores.
Después, ya se sabe, aconteció el famoso rompimiento de Martí con el Plan Gómez-Maceo. La discusión en La Mejorana se explica frecuentemente a partir de cuestiones episódicas, pero el desencuentro es más bien político. Maceo quería la concentración de todos los poderes en el ejército mientras durara la contienda. Su postura resulta entendible. Como la inmensa mayoría de los mandos militares, sufrió en la Guerra Grande la perturbación de aquel inmenso aparato civil. Martí pensaba en la pertinencia de un gobierno que no interfiriera en las operaciones militares.
Dicen que el clasicismo vienés es tan transparente y sencillo, que se vuelve difícil. Tal vez mozartiana resultó la propuesta de Martí: “el Ejército, libre, –y el país, como país y con toda su dignidad representado”. El pensamiento del Titán se correspondía con la fugaz Constitución de Baraguá, de escasos seis artículos, que jamás fue derogada. Era un conglomerado de suspicacias mutuas: el temor de Martí al militarismo, y la preocupación de Maceo ante posibles interferencias ejecutivas y legislativas.
Muchos se sorprenden por la inusual exaltación de Maceo en La Mejorana. Los historiadores refieren anécdotas de su hermano José, quien solía bromear con él por su calma en trances complicados. Solamente unos días antes, le escribió a su esposa María Cabrales: “Cómo engañan los hombres poco leales a sus amigos. También contigo quiero guardar silencio, no deseo que sufras con la horrible tempestad que ha empezado a subirse en mi cabeza”.
Ahí se discurre una crítica evidente a Flor Crombet, el hombre que aseguraba que con solamente dos mil pesos sacaría la expedición de Costa Rica, con quien –se sabe—estaba envuelto en un duelo a muerte. Pero el Titán, encaminaría la tormenta de su mente contra el Delegado que lo subordinó a un jefe de menor jerarquía política y militar.
Sí, al parecer, Maceo fue todo irritación en aquel encuentro. Y como hombre que no se guarda nada, le dijo a Martí que ya no lo quería como antes. El apoyo de Máximo Gómez a la posición de Martí lo debió de haber disgustado más. En 1884, el viejo guerrero dominicano afirmaba sentirse insultado por la célebre carta del poeta-conspirador, y solamente diez años después rubricaba manifiestos de aquel atrevido remitente sin cambiarle una coma siquiera.
El encuentro no transitó felizmente. Martí escribió en su Diario de Campaña, que no pudo desenredarle la conversación a Maceo, quien le cortaba las palabras. El Apóstol, el hombre de los escudos invisibles, descrito por el historiador Raúl Rodríguez La O en su libro, confiesa su repugnancia y su descontento por la insistencia de proseguir la discusión de manera indiscreta y forzada “a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir”.
El Maestro consigna en el propio texto la firmeza con que defendió sus pareceres.”Mantengo, rudo”. Gómez y Martí, “con la escolta mohína”, debieron pernoctar en un “rancho fangoso, fuera de los campamentos, abierto a ataque”. Fue dramáticamente grande el peligro en que quedaron tras la conferencia el Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el General en Jefe del Ejército Libertador.
Al siguiente día, capeó al parecer el temporal en la cabeza del Titán, y aquellos hombres fueron vitoreados por sus tropas en una parada ejemplar. “El General se disculpó como pudo –escribió Martí—nosotros no hicimos caso de las disculpas como lo habíamos hecho del desaire y nuestra amarga decepción de la víspera quedó curada con el entusiasmo y el respeto con que fuimos recibidos…”
Como bien afirma el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, Pedro Pablo Rodríguez López, aquel choque no derivó en conflictos personales. Ni Maceo se rebeló, ni Martí movió uno solo de los hilos de su autoridad ni de su encanto personal contra el hombre de Baraguá. En La Mejorana se encuentra quizás un formidable aporte cubano a la causa de las revoluciones, para cualquier época y tiempo: salvar la unidad a pesar de las diferencias.