¿Quién dice que todo está perdido…?

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Parece un lugar común en nuestros tiempos hablar del rescate de valores. La pregunta lógica en tal caso es quién los tiene prisioneros, y en qué lugar del mundo permanecen como rehenes de un adversario impreciso, que a todas luces tuvo una mejor percepción de la importancia que ellos tienen, y que sin embargo nosotros no supimos ni significar y mucho menos cuidar.

La violencia parece ya campear por sus respetos en todas partes, lo cual deja muy poco espacio a los valores universalmente reconocidos.

Como si fuera poco, los bienes espirituales andan muy lejos, a la zaga de los bienes materiales, la preocupación es tener a cualquier costo, sin reparar a quién o a qué atropellamos en esa embestida.

La Asociación Hermanos Saíz en su último Congreso, incluyó en su programa, por ejemplo, cómo revertir esos modelos de éxito establecidos en la juventud cubana.

Esa obsesión por la riqueza material significa indefectiblemente poder, y en esa escala donde impera la ley del dinero no puede haber mucho lugar para el amor, la amistad, la humildad, la sabiduría, la equidad, la justicia, la paz, el equilibrio, la dignidad, la  bondad, el altruismo, la lealtad, la responsabilidad, la solidaridad, la convivencia, la sinceridad, la libertad, y la identidad cultural.

La industria del entretenimiento ofrece juegos digitales, muchos de ellos constructivos, pero que suponen una participación más individual para la niñez.

Sin llegar a descalificarlos en términos absolutos, sería conveniente estimular los juegos de grupos, donde la edad de oro –como decía el Maestro—se congregue, y se le gane al menos un peldaño al egoísmo.

El proyecto social cubano se basó precisamente en esos principios, desde la vocación límpida de la juventud martiana que fue al Moncada a vindicarlos. Dejarlos morir implicaría el derrumbe de los mejores sueños, y la peor apostasía a los ideales de tantos próceres y mártires de lo largo de la inacabable epopeya en esta tierra de lo real maravilloso en el Caribe.

 

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