Querida siempre Dulce María Loynaz

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En Dulce María Loynaz concurrió la lírica y la música.  Tal vez por eso prefería la denominación poeta y no poetisa.  La célebre escritora cubana validaba en trabajo una actitud, un oficio, una dimensión. Sobre ella se conoce la frase que bien la retrata: “Es una mujer con la rosa en una mano, y el látigo en la otra”. 

Muchos investigadores coinciden que la Loynaz es enteramente poesía,  que bien  se traduce en creación.  Con el mismo fervor con que concibió versos, escribió novelas, estructuró bitácoras esenciales, y perfiló la agenda de un heraldo incansable. 

Un verano en Tenerife representa un libro de viajes, toda una relatoría de vivencias en una tierra predilecta que de tantos elogios la prodigó.  Ese peregrinar constante cultivó al sujeto lírico, confirió luces a la ensayista, y dio savia decorosa a un periodismo funcional. 

Murió Dulce María Loynaz el 27 de abril de 1997.  Había sido embajadora de un viejo tiempo, que creía ver los albores de un milenio nuevo, aunque para ser honestos, el paso de los años la tuvo siempre sin cuidado.  La vida le confirió la suerte de vivir lo suficiente como para ser testigo de muchas cosas, páginas que le abundaron vivencias, versos, narraciones y una vertiente crítica. 

Son claras las descripciones y los paisajes en toda su obra pero el estudio escruta con vehemencia en cada capítulo de la familia Loynaz en El Vedado.  En definitiva, los espacios de cada casa conocida parecen escondrijos de fantasmas venerables, de tantos amigos con un lugar en la historia de la literatura universal y en el corazón de Dulce María.  Ellos mismos recibieron el aroma de la rosa y el golpe del látigo.  Son actitudes constantes hacia Juan Ramón Jiménez, hacia Federico García Lorca, hacia Gabriela Mistral.  

Dulce María también crece en el poema antropológico por el descubrimiento de la tumba de TutAnk Amen. Se siente su candidez en los hermosos versos cuando en pocas palabras denota al amor y advierte la luz donde permanece la sombra del ser amado. 

Así tampoco muere aquella mujer, transparente y difícil, dueña del jardín y de todos los días de una casa inolvidable.

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