Pablo, siembra del amor, de la justicia, de la nobleza

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La certidumbre se hizo verso, y el sujeto lírico concibió también la canción. Como el héroe de la epopeya clásica, Pablo de la Torriente Brau ganó la inmortalidad de los escogidos, irremediablemente joven como quieren los dioses, para ser siembra del amor, de la justicia, de la nobleza. Y la frase al poeta amigo Miguel Hernández se inscribió en la famosa Elegía Segunda, leída ante su tumba en aquel frío diciembre de 1936 tan cerca de Madrid. “Me quedaré en España, compañero”, le dijo al Niño de Orihuela. La certeza devino profecía.

En efecto, fueron tantos y tantos los accidentes, las coyunturas circunstanciales, para que los restos de Pablo de la Torriente Brau jamás fueran repatriados a Cuba. Hasta donde se sabe, recibió revolucionaria sepultura en el Cementerio de Chamartín de la Rosa, y luego fue exhumado para cumplir el deseo de la viuda Tete Casuso. Pero el bloqueo marítimo de los enemigos de la República lo impidió. Se dice que fue inhumado nuevamente en la ladera de la colina de Montjüic, a la espera de una oportunidad. Hasta hace poco, se mantuvo viva la esperanza de encontrarlo: un veterano de aquella gesta hasta aseguraba saber dónde estaban los restos, pero la posibilidad se esfumó, o por lo menos parece ya demasiado remota.

Sobre su caída en combate, presumiblemente el 19 de diciembre de 1936, existen muchas versiones. Los historiadores suelen recurrir a dos libros, donde las narraciones no son muy coincidentes. Por ejemplo, en Rosario Dinamitera. Una mujer en el frente, de Carlos Fonseca, se afirma que los milicianos encontraron el cadáver de Pablo de la Torriente Brau tres días después de su muerte, tendido sobre la nieve.

Sin embargo, en La batalla de Madrid, de Jorge Martínez  Reverte, se asegura que tras una operación comando, con un choque cuerpo a cuerpo con huestes moras, se rescató el cadáver de Pablo aún caliente, con un balazo en el pecho. Al héroe, según esta versión, le habría alcanzado aliento y vida para enterrar sus documentos antes de fallecer.

Había nacido en diciembre de 1901 en San Juan, Puerto Rico, en la otra ala del pájaro. Miguel Hernández refiere en el poema que guardaba en sus huesos todo el sol de Cuba, aunque también hubo un lugar para el sol de España, que acaricia al combatiente internacionalista en el paso a la eternidad. En todo caso, el amplio registro geográfico significa la universalidad de una existencia, refrendada por el inmenso e intenso legado del escritor, del heraldo, del comisario. Y superó su propio sueño: había escrito a su familia que iría a España a ver a un pueblo en lucha, a conocer héroes. Pablo hizo y fue mucho, pero mucho más: compartió la empresa y devino mártir heroico de una causa grande.

 

 

 

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