Museo de la clandestinidad: un sitio donde revive la historia de Cuba.

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El Museo de la Clandestinidad es una pieza imprescindible del patrimonio cultural en Santiago de Cuba. Es un tema necesario para la Oficina del Conservador de la Ciudad, como también para la actitud extendida en los hijos de la comarca, a manera de cultura de salvación y de restauración.

El 30 de noviembre de 1956 cambió el destino de aquella edificación erigida en la cima misma de la Loma del Intendente. A la historia que dormía en sus cimientos, con páginas conocidas desde la colonia, se unieron los capítulos de una epopeya de la que se enorgullecen los hijos de Santiago.

Pertenece al Museo de la Clandestinidad a un segmento de la ciudad pródiga en tradición trovadoresca, de sones, de boleros, de pregones. El Tivolí de las guitarras y de la bohemia, guarda también sitio y tiempo para la gesta. Tal vez por eso no resulta raro encontrar en los anales históricos cantautores con actos probados de inmenso patriotismo.

Es posible acceder al Museo de la Clandestinidad por la conocidísima calle de Padre Pico. Subir sus 52 peldaños supone un simbolismo de asunción. En las cimas hay signos de heroísmo, alegorías, imágenes, metáforas para un sujeto lírico que no se cansa de luchar.

Hay un lugar para la fragua en el Museo de la Clandestinidad. El fuego del 30 de noviembre de 1956 dejó sus marcas en la edificación y en el recuerdo fundador. Sus documentos, sus armas, las pertenencias de los héroes, cultivan la memoria y reiteran la rebeldía que se difumina en lo cubano.

En sus salas revive la historia de Cuba, y cada proyecto funciona en interrelación con la comunidad. Vuelven a la vida Frank, Josué, Vistel, Pujols, Pepito Tey, Otto Parellada, Tony Alomá, tanta ofrenda al altar de la Patria, con una morada en la calle Rabí de Santiago de Cuba.

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