Miguel Hernández: libre, como el viento del pueblo

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Un poeta de la Generación del 27, Gerardo Diego, escribió en alguna parte que el poemario Perito en lunas era una bitácora de acertijos poéticos de Miguel Hernández. Desde siempre, la crítica pretende desentrañarlos. Cada quien a su manera, les busca una explicación a esas octavas reales, donde lo cotidiano cobra dimensiones y aliento de poesía.

Sorprende esa capacidad del poeta de lograr imágenes elevadas, hasta sublimes, sobre tareas duras y difíciles. Perito en lunas, además, tiene 42 poemas. La Numerología, por lo visto, expone claves por resolver: Miguel Hernández murió, preso pero no vencido, en el año 42 de un siglo XX tan sabido como expedito.

El franquismo quiso ensañarse contra un hombre dispuesto a dar la vida, pero no a renunciar a los olores ni a los sabores de Orihuela. Primeramente lo condenaron a muerte. Luego le conmutaron la pena, como “un acto de gracia y de piedad del Caudillo”. Los tiranos, se sabe, nada saben de poesía.

La preocupación de Miguel Hernández nunca fue su propia suerte. En Cancionero y romancero de ausencias aparece el dolor por la muerte de su primogénito, Manuel Ramón, el hijo de la luz, con solo meses de nacido. El poemario Nanas de la cebolla transpuso en versos el único alimento de su segundo hijo, Manuel Miguel, en aquellas horas tan amargas para España.

El chico cabrero de Orihuela fue de amores ciertamente intensos. Por España escribió y se buscó un lugar digno en el combate. El poema Viento del pueblo dispensa un sitio en la memoria de la Sexta División de las huestes republicanas. En El rayo que no cesa estaría la pintora surrealista española Maruja Mallo, quien vivió 93 años. Sin embargo, la esposa Josefa Manresa se me ocurre presencia perenne, intensa, límpida. Una y otra fueron longevas, para ser embajadoras de un legado en estos días nuestros de postmodernidad.

En algún lugar, Josefa Manresa, la esposa de Miguel Hernández, consignó “aquí están mis recuerdos”. A ella le debemos la salvación de la obra del muchacho de Orihuela. La edición completa del libro El hombre acecha fue combustible de la hoguera fascista. Se salvaron dos ejemplares, para que viera la luz hace casi 40 años. La crítica suele decir que en ese volumen, Miguel Hernández abandona el tono épico, como quien no se rinde pero que se resigna ante la desventura de su causa.

Pero la censura franquista no podía perdonarle credo y convicción. Los vencedores de aquella cruenta guerra lo encerraron en el Reformatorio de Adultos de Alicante, donde murió víctima de la tisis a las cinco y 32 de la mañana del 28 de marzo de 1942, sin que la muerte pudiera cerrarle los ojos. Libre, sin embargo, como el viento del pueblo, consagrado en sus versos, deambula el recuerdo de Miguel Hernández, en la tarea inacabable de defender y de cristalizar sueños.

 

 

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