Mi bandera, la cubana, la de todos los nacidos en esta isla, es esa que se reconoce como la bandera de la estrella solitaria. Desde que tengo uso de razón ha estado en todos los momentos trascendentales, de alegrías unos, luctuosos otros, pero todos marcados por el respeto a este símbolo patrio.
Verla ondear soberana es satisfacción infinita. Verla ascender a lo más alto de un podio acompañada del himno nacional denota victoria. Cuando el dolor ha ahogado penas y la adversidad ha dejado caer su más crudo golpe, la bandera ha estado ahí, serena acompañando, o tal vez arropando angustias.
En la historia se inscribe inmensa, desde que por vez primera se izó en la ciudad matancera de Cárdenas. En manos mambisas estuvo en la manigua unida al grito de ¡Al machete! ¡Viva Cuba libre!
Mi bandera, la de todos los nacidos en esta isla es descrita en versos, así la describe el poeta Bonifacio Byrne:
…En los campos que hoy son un osario
vio a los bravos batiéndose juntos,
y ella ha sido el honroso sudario de
los pobres guerreros difuntos.
Orgullosa lució en la pelea,
sin pueril y romántico alarde;
¡al cubano que en ella no crea
se le debe azotar por cobarde!…
La bandera cubana, símbolo que nos honra es merecedora de todo respeto. En ella va la dignidad de los que fundan y hacen el bien con todos y para el bien de todos como expresó José Martí. Inmenso honor verla ondear, empinarse libre y soberana.
Imposible contemplar indiferente, verla deslizarse por el piso como capa, imposible quedar inmutable ante quien la usa. La bandera cubana, la de la estrella solitaria se respeta, se cuida porque ella es más, es patria.