Marinello: embajador de otro tiempo

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En el nombre de aquel revolucionario hubo mucho de familia y de congregación: Juan por la madre; Felio por el padre; Francisco por el padrino, y Marciano por el santo del 2 de noviembre, el Día de los Fieles Difuntos. Pero sería el apellido Marinello el que se multiplicaría en las batallas, en la empresa intelectual de una existencia dedicada por entero a la emancipación humana.

A cada rato decía que conoció los horrores de la colonia. No era, por supuesto, un accidente de su extraordinaria memoria. El fin de la administración hispana, la ocupación yanqui y el nacimiento de una república mutilada y maniatada, no implicaron cambios estructurales en el campo, ni tampoco algo de esperanza para los preteridos de siempre.

Marinello vino al mundo en el año de 1898, un instante ciertamente crítico y revelador en la historia de Cuba, de las Américas, del planeta. El tiempo transcurrido bien pudieran ser la edad de la extensa e intensa contemporaneidad. El hombre participó activamente en los vaivenes de su época, que a la manera de un péndulo nos acerca y nos aleja de la Utopía.

En el continente personal de Marinello estarían los ingredientes del ajiaco que expuso Fernando Ortiz: el padre catalán de origen italiano, la madre cubana. También los contrastes: la fortuna paternal y la pobreza de la nodriza Herminia Martínez, quien lo hizo hombre y cubano. Y el maestro Fidel Miró, el veterano mambí que le sembró a Juan Marinello la epopeya en el alma, que le fijó deberes desde el ejemplo, desde la cátedra comprometida.

Siguen siendo capitales los ensayos de Juan Marinello sobre José Martí. En Cintio Vitier jamás se apagó la sorpresa por los juicios de aquel marxista-leninista dado a las normas y a las obligaciones de un partido confesionalmente ateo. El viejo combatiente descubrió, estudió y hasta socializó conexiones casi mágicas entre la escritura y la vida de Santa Teresa de Jesús, y el verbo encendido, la prédica y la pasión por el dolor y la acción del Apóstol de Cuba. No era fácil entender que un admirador de Stalin y del Partido Comunista de la Unión Soviética, abordara sin prejuicios signos cristianos para explicar la naturaleza interior del legado martiano.

Nuestra generación alcanzó a conocerlo. Presidió la sesión inaugural de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Después supimos que solamente minutos antes había perdido a Pepilla, su compañera de toda la vida. Juan Marinello bien podría ser una pauta necesaria para enfrentar el dolor emocional. También, por qué no, el físico. Supo resistir con estoicismo ejemplar la gravísima dolencia que le aquejaba.

Llegó a nuestros días, enfermo pero lúcido, como un embajador de otro tiempo en que renació la conciencia nacional, para dar testimonios de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Antonio Guiteras, Jesús Menéndez, Lázaro Peña. Desde el 2 de noviembre de 1898, nos ocupan sus distancias, un capítulo irremediablemente histórico, desde los colores de Cuba y de la prioridad de transformar al mundo.

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