Hay seres tan grandes en la historia que no caben dentro de los nombramientos formales. A Mariana Grajales la denominan la Madre de la Patria. Fue en realidad la madre del sacrificio y del heroísmo. Guardó en sí misma la lumbre de la existencia, pero la animó el misterioso valor de compartirla con el mundo.
No resultó jamás tarea fácil enviar lo más querido al límite del peligro. En aquella noche definitiva en su casa ya mambisa por el destino, reclamó jurar ante la imagen de Jesús sufriente luchar por la Patria y morir por ella si era preciso.
Se precisan enormes cuantos de fe, de valores éticos, de amor y de justicia, para remontar el miedo natural a la muerte, y convertir en principio la ofrenda de los hijos al altar de un pueblo que ya no quiso ser más esclavo. Y a imagen y semejanza de aquella madre, se concibió un hogar donde cada quien encontró un sitio en la epopeya. Cuentan que el propio esposo, moribundo en improvisada camilla, alcanzó a decir una frase que lo explica todo: “He cumplido con Mariana”.
Para el Maestro, el dolor es la única escuela donde crece la condición humana. Y en ese cruento magisterio Mariana se hizo gigante. Cada hijo perdido en la contienda solo vino a cultivarle la decisión de siempre. Y es que José Martí, que la conoció y que tanto la admiró, creyó que “el dolor excesivo empuja el alma a las resoluciones grandes”.
Ahí radicaría sin falta la fuente de aquella dignidad en Baraguá, del placer interior de ser obrero de la libertad, de aquella gloriosa hoja de servicios que equiparaba al Titán con la saga púnica de Aníbal. Y en la propia palabra de Martí, el hermoso Evangelio de Cuba, se asegura que Maceo fue feliz porque vino de león y de leona.
Y en Patria le dedicó uno de sus artículos cardinales. En palabra impresa se transpuso el pañuelo que cubre la cabeza, y la tierna caricia al poeta que devino héroe, prócer y Apóstol. Y ese autor de la Guerra Necesaria levantó en su preparación un podio con su memoria, y dejó en un texto para todos los tiempos que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma.
Mariana Grajales no precisaba títulos oficiales. Ella aún encarna la inspiración. En cualquier minuto difícil, cuando el aliento pudiera verse comprometido por el cansancio, incluso por el miedo y la vacilación, basta el legado de aquella madre que conmueve tanto al corazón.