Los Comités de Defensa de la Revolución por la defensa del pueblo

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Muchos años después, Fidel calificó de eterna noche aquella página histórica del 28 de septiembre de 1960. La creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), tendría una incalculable repercusión en los destinos del país, con una tremenda resonancia en toda la vida ulterior de los cubanos.

Regresaba el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz de una dramática experiencia en los Estados Unidos, como parte de su participación en la Asamblea General de las Naciones Unidas. La nación anfitriona faltó en sus deberes y en las elementales reglas de la cortesía. El Harlem de los negros discriminados y preteridos lo recibió como un hijo. El líder revolucionario no lo olvidaría jamás.

Aunque el Jefe de la Revolución pensaba que articular un recibimiento tras cada viaje de trabajo no era procedente, accedió a hacerlo esa vez quizá por las experiencias vividas, por las denuncias de Cuba, por el incremento de la hostilidad imperial. Era su deber alertar sobre la lucha larga y dura que les esperaba a los cubanos.

Casi un millón de cubanos en improvisada y apretada formación, concurrieron a escucharlo en el acto en el entonces Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución. Separados uno del otro en la línea del tiempo, explotaron dos petardos en La Habana. Con la acción de sus mercenarios, el enemigo histórico trataba de descarrilar la palabra de aquel instante trascendental.

La respuesta fue muy a lo Fidel: serena pero firme. Está claro que la creación de un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva, fue la obra grande de aquella noche. Pero no se circunscribió únicamente a eso. Habló de la prioridad de la defensa desde los batallones de las milicias. Previsor siempre, el querido líder advirtió la acometida terrorista, el incremento del bandidismo, y la posibilidad real del zarpazo, como ocurrió en abril de 1961.

Fue enfático al decir que por cada petardo del enemigo se construirían más casas, se levantarían nuevas escuelas, y se nacionalizarían centrales y bancos norteamericanos. Ante cada golpe eventual, la Revolución radicalizaría su programa. Y anticipó que no vendrían años de tranquilidad ni de comodidad.

Como si fuera un mensaje para este minuto que transcurre y muere, describió la brutal guerra mediática contra Cuba. Los alabarderos del imperio colocaban bombas en La Habana para asustar a la gente, y allí nadie se movió de su puesto. Casi un millón de gargantas entonó las notas del Himno glorioso, como remedando en un nuevo tiempo la misma decisión del Bayamo insurgente junto al Padre en el parto heroico de lo cubano.

Explotaban los petardos y el orador no reclamó cazar a los autores materiales. Al tiempo que orientaba cerrar filas, reiteró la tarea cultural de la obra recién iniciada. Ante la realidad de bombas que estallaban, Fidel aludió a la Imprenta Nacional, a la necesidad de instruir, de estudiar, de tomar conciencia de los problemas del mundo, de hacer de los cubanos Doctores en Revolución.

Y los CDR asumieron a lo largo de los años muchas de esas tareas de alto contenido humano. Como bien dijo Fidel, jamás ha habido un solo minuto de tregua. Ante los peligros, el acoso, y la acción de los mercenarios de siempre, la respuesta pasa por el quehacer antropológico: ir a los barrios, a los costados difíciles de la Patria, a crear, a salvar, a luchar, eternamente como Fidel pensó la noche del 28 de septiembre de 1960.

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