Nadie olvidará nunca las palabras de Fidel a sus escoltas al arribar al epicentro de los disturbios en el Malecón habanero aquel 5 de agosto de 1994: “¡Qué no se dispare ni un tiro!” Y a pesar del trance dramático del momento, la orden de cumplió. Y se acabaron las piedras. Y la maniobra imperial se fue abajo como un castillo de naipes.
Vivíamos entonces el núcleo durísimo y grave del denominado Período Especial. Y también el shock psicológico por el derrumbe del socialismo en Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética. La Ley Torricelli de 1992 sería, en todo caso, “el tiro de gracia”. Jamás nadie, como Cuba, recibió tantos pésames en vida.
Contra todo pronóstico, el archipiélago rebelde no se rendía. El enemigo ideó algo macabro: estimular el robo de embarcaciones, que se llegara a matar en el intento (como ciertamente ocurrió), crear incidentes como el del transbordador 13 de Marzo. En definitiva, la narrativa perenne sobre Cuba es que la gente no emigra, sino que huye.
Allá, sin falta, los culpables son recibidos como héroes. Desde la otra orilla, echaron a rodar el bulo de un barco que tocaría puerto en nuestras costas para rescatar a los descontentos. El mensaje era permanecer en las calles, a la espera de la presunta nave de la salvación. Huérfanas de pensamiento, sin una sola idea que defender, las turbas al servicio de la SINA volcaron la frustración contra vidrieras, saqueando comercios.
Ese era el plan: promover un estallido, el caos, la destrucción. Cualquier acción para resguardar el orden sería presentada invariablemente ante el mundo como una represión brutal del régimen contra el pueblo. De nuevo, se ponía a prueba la serenidad, la sangre fría, la astucia política de la dirección revolucionaria.
No era la primera vez, ni mucho menos, que se ensayaba un guion de enfrentamiento. En los libros y en la memoria aparece la conspiración contrarrevolucionaria de Huber Matos en octubre de 1959 en Camagüey. El problema se resolvió a la manera de Fidel. La gente se fue a la calle a acompañar a su líder rumbo al Regimiento. La traición se fue a pique con la primera marcha del pueblo combatiente que se recuerde en la historia del país.
José Martí nunca dejó de ser su inspiración, “porque un principio justo desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército”. Sobre los incidentes de aquel 5 de agosto de 1994, el Comandante diría luego “que hay armas mucho más poderosas que las armas de fuego, y son las armas morales”.
Y transpuso la recordación en idea, en proyecto de congregación. Un año más tarde, la fecha sería el centro del Festival Internacional Juvenil de Solidaridad Cuba Vive, donde renació la prioridad de realizar los festivales mundiales de la juventud y los estudiantes. Y volvió a las calles en un abrazo de luz que no se apaga, en otra marcha sin paralelo que aún conmueve a la nostalgia.