El 15 de abril de 1961 Cuba estuvo en la mirilla de una de las tramas más ridículas del imperialismo norteamericano para derrocar un gobierno progresista en América Latina.
Estados Unidos necesitaba sumar acciones contundentes a las medidas de aniquilamiento ya aplicadas desde 1960, cuando la cuota azucarera fue suspendida, se prohibió la exportación hacia Cuba de piezas de repuesto para los centrales y otras ramas de la industria y cesó la venta de petróleo a la isla.
Por esa razón, con los clásicos métodos imperiales para destruir gobiernos progresistas fueron impulsados los cabecillas contrarrevolucionarios, latifundistas, casa-tenientes, grandes comerciantes, militares del ejército de la dictadura de Fulgencio Batista, antiguos acomodados, magnates y lumpens para los que la Revolución era un hecho intolerable.
Los aeropuertos cubanos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y Santiago de Cuba fueron atacados en la mañana de aquel día por 8 bombarderos norteamericanos B-26 camuflados con la apariencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Los agresores procedían de Puerto Cabezas en Nicaragua y traían la misión de destruir en tierra los pocos aviones con que contaba la fuerza aérea cubana. Siguiendo el guión “americano” un avión con las insignias cubanas “desertaría” hacia Miami para crear en la opinión pública internacional la idea del desmoronamiento de la lealtad de los pilotos a la Revolución.
La agresión desmentía de esa forma las declaraciones hechas por el presidente John F Kennedy tres días antes, cuando afirmó que “ Bajo ninguna circunstancia habrá una intervención en Cuba por fuerzas de los Estados Unidos”.
Quedaba claro que los agresores al suelo cubano sabían la importancia de los aviones de nuestra fuerza aérea en disposición combativa ante una agresión enemiga por cuanto se multiplicaba la capacidad defensiva a pesar del marcado desnivel de la técnica en poder de los cubanos.
Sin embargo, el bombardeo a los aeropuertos prendió aún más la alarma de combate a pesar de la sorpresa causada por usar las insignias cubanas en los aviones mercenarios.
Uno de los agresores resultó abatido por la artillería, otro huyó agujereado en desbandada a Cayo Hueso, mientras un tercero escapó del fuego artillero y se refugió en Gran Caimán.
El 15 de abril quedó en la historia patria como un día de combate frente a la cobarde agresión a nuestro cielo porque los piratas recibieron la respuesta inmediata a pesar de la sorpresa. No obstante fue inevitable la destrucción en tierra de cinco aviones y varias avionetas que fueron blancos del enemigo.
Aquel funesto día dejó el desastroso saldo de 53 heridos y la pérdida lamentable de 7 combatientes que cayeron defendiendo la causa de la nación cubana frente a la agresión imperialista, algo inusual bajo los gobiernos anteriores de la isla.
Pero el hecho en vez de amedrentar levantó el fervor de los revolucionarios en todo el país a pesar del dolor por las pérdidas humanas y materiales.
El pueblo enardecido ofreció todo el apoyo ymostró su disposición de empuñar las armas para defender con sus vidas la soberanía, pues ya era evidente que los hechos eran el preludio de una invasión de mayores proporciones.
“Tres ataques simultáneos al amanecer, a la misma hora, en la ciudad de La Habana, en San Antonio de los Baños y en Santiago de Cuba, tres puntos distantes unos de otros, y sobre todo uno de ellos con respecto a los otros dos, llevados a cabo con aviones de bombardeo tipo B-26, con lanzamiento de bombas de alto poder destructivo, con lanzamiento de rockets y con ametrallamiento sobre tres puntos distintos del territorio nacional. Se trató de una operación con todas las características y todas las reglas de una operación militar.” Señaló el Comandante en Jefe Fidel Castro al día siguiente.
Aquel día dejó una huella imborrable de patriotismo y apego a la Revolución y su indiscutible líder, cuando el joven Eduardo García Delgado, al caer abatido por la metralla en su puesto de combate escribió con su sangre en los restos de una pared el nombre de: Fidel.