La Roma Americana y los traidores

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Permanece fija la disposición de encarar imperios, de combatir a sus cipayos

En la oralitura revolucionaria cubana, late un reclamo ancestral de extraordinaria vigencia: leer las experiencias históricas, inscritas en los intersticios del tiempo. Es una pena que los alabarderos del imperio, huérfanos de libros y sin el ejercicio de hojearlos, no sepan el lugar que les corresponde en la estrategia global de sus amos.

Martí escribió que “Ser culto es el único modo de ser libre”. No es una frase ambigua, ni fuera de contexto. Desde la percepción del Apóstol, la instrucción y la sensibilidad no son un camino entre muchos para conquistar la emancipación, sino el único. La palabra libertad resulta un gruñido en la garganta de los vándalos del Caribe, que no saben ni qué significa.

Creo en el valor intertextual de una frase dura, hasta necesaria en una coyuntura determinada, pero el lenguaje vulgar, procaz, insultante, de quienes clavaron el puñal en la tranquilidad del domingo, expone el descenso de unos cuantos en la escala zoológica del mundo. No son disidentes de una idea, ni gente que abjura de un proyecto social. Sí, califican como el hampa, pero resultan algo peor: enemigos del pensar y de la palabra, fuera de la condición humana.

No lo harán, pero sería constructivo que estas marionetas al servicio del gobierno norteamericano, busquen el triste final de alguna gente que le fue incondicional. Ante el temor de una revolución en la República Dominicana, Estados Unidos le sugirió al sátrapa Rafael Leónidas Trujillo Molina que se hiciera a un lado. Dicen que el “General Chapitas” respondió que solamente lo haría muerto. Y por lo que parece, la CIA le tomó la palabra: coordinó la acción del comando que lo asesinó.

La señora Marta Fernández siempre habló de la profunda angustia de su esposo, el tirano Fulgencio Batista, amigo a tiempo completo de todas las administraciones yanquis, condenado al ostracismo en una isla del Atlántico, sin la más mínima posibilidad de entrar a territorio norteamericano a disfrutar allí dinero y propiedades, por no apartarse tampoco a tiempo del poder, e impedir el triunfo de la Revolución Cubana.

Existen evidencias de que contrarrevolucionarios de origen cubano, participaron en el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy el 22 de noviembre de 1963. Y como le ocurrió al único culpable reconocido, Lee Harvey Oswald, uno a uno fueron cayendo en el camino, como aquel brutalmente descuartizado por un machete que quedó en el escenario del crimen.

Durante ocho largos años, el presidente de Irak, Saddam Hussein sostuvo una guerra despiadada, con armas químicas incluidas, contra la República Islámica de Irán. Sobrevino luego la crisis por la ocupación de Kuwait. El hombre perdió la utilidad, Estados Unidos terminó invadiendo el país en marzo de 2003, y lo entregó a sus enemigos, quienes lo condenaron a morir en la horca.

Osama bin Laden fue una criatura concebida por los Estados Unidos, en el esfuerzo de lanzar a los fedayines islámicos contra los soviéticos en Afganistán. El 11 de septiembre de 2001 aún es una pregunta sin respuesta, pero el amigo saudita de otro tiempo murió abatido por el plomo de sus amos, para echar más bruma a una sórdida historia.

Aún no está claro si los procónsules antiguos extendieron la prometida recompensa a quienes asesinaron al jefe lusitano Viriato en el año 139 antes de Cristo. Pero la Roma Americana sí paga a los traidores, aunque al final no suele ser magnánima con ellos. Eso sí, en la oralitura revolucionaria de Cuba también permanece fija la disposición de encarar imperios, de combatir a sus cipayos.

 

 

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