La perennidad del Benny

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Otra vez el octavo mes nos regresó al Benny. Nació el 24 de agosto de 1919. Fue domingo. Cierta tradición conecta al primer día de la semana con la obra universal del Sol. Llegó en el justo simbolismo de la fundación de mundos, en el signo de la fragua de vida, en la responsabilidad de atender el equilibrio y la energía.

El consenso musicológico le dispensa al Benny un sitio protagónico en el centro de la cultura nacional. En libros, en artículos de prensa, en tantas referencias que las redes digitales multiplican, aparece el nombre de Bartolomé Maximiliano Gutiérrez Moré. A veces, los apellidos se trastocan.

El musicólogo José Reyes Fortún, sostiene que es un dato inexacto. Según declaró en una entrevista, Gutiérrez era el apellido de una relación posterior de Virginia, la madre del Benny. Pero añadió algo que sumó al relato una inequívoca dosis de misterio: Yo sí sé quién es el padre del Benny, pero por ética no lo voy a decir.

La venerable Virginia vivió muchos años. Como se sabe, sufrió el dolor insondable de perderlo. Mi generación alcanzó a conocerla. El cantor erigió un hogar en el testimonio de la madre, quien jamás se cansó de hablar del niño cariñoso que soñaba triunfar en los escenarios de tierras lejanas, que se inventaba guitarras con trozos de madera y el hilo de coser.

Y contaba sobre el buen hijo que encara la tarea dura para reparar la angustia de la pobreza. En esa, la mejor estación sonera de la historia, hubo un tiempo para el universo de la caña de azúcar, una suerte ecuménica de dolores, de historia, de costumbres, de esperanza. Y la vimos bailar, lágrima mediante, junto al sonero venezolano Oscar D´León en noviembre de 1983, en una era en que el Benny pareció renacer.

Aquella llegada del 24 de agosto de 1919 por los confines del centro del archipiélago, guarda otro simbolismo. Y desde su amanecer anudó el reencuentro con la cultura bantú, misteriosa y transparente, constitutiva y vital, catálogo de un legado que tiene su origen en el valle central de Nigeria, en sus límites azarosos con Camerún.

En Santa Isabel de las Lajas, era un entramado espiritual al alcance del alma. En el ahora célebre cabildo de la comarca, donde la bandera cubana rige celebración, homenaje y rito, el Benny ajustó su itinerario para ser de los llamados y también de los escogidos. Y construyó a fuerza de sacrificio un aposento de luz para su paso entre nosotros y también para la sobrevida.

En cada octavo mes del año, se me ocurre que el genio reitera sus mejores votos de vida. Aún se le reconoce autor de milagros. La big band que dirigió, nacida para interpretar otro discurso musical, jamás fue tan cubana. El son se sabe eterno como género, concepto, información, registro genético de millones. Son las mismas esencias de la perennidad del Benny.

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