Una madre puede con un beso aliviar el dolor, acallar el llanto, desaparecer lo feo con suaves caricias y cual gigante enfrentar cualquier obstáculo para defender a sus hijos.
Ellas tienen la habilidad de construir historias, versionar los sucesos de la vida para que catástrofes se conviertan en fantasías de animados y responder las preguntas más difíciles convirtiendo lo real en verdaderamente maravilloso.
Las madres son Santi Clous, el rey mago, el ratoncito Pérez y hasta el lobo feroz en su versión más noble, esa en que no asusta, sino más bien provoca risa.
Nadie puede velar el sueño de un hijo, ni ampararlo cuando enferma como lo hacen las madres, ningún canto es más hermoso que el suyo y ningún amor más grande.
No hay como las profecías maternas, con ellas los hombres se hacen grandes, aunque continúen siendo ante sus ojos eternamente niños y procurando acurrucarse en su regazo como el mejor de los refugios.
Con ellas damos los primeros pasos y también tenemos las primeras caídas, en ambos casos, allí están sus manos para sostenernos e incluso levantarnos. De ellas aprendimos el significado del no necesario y del hay que aprender a ganárselo.
Así son ellas, con un haz siempre bajo la manga, con la cual limpiaran de nuestros rostros las lágrimas, cumplirán la promesa hecha y te harán regalar una sonrisa. Tienen magia las madres, de eso estoy segura.