Los nautas españoles al mando del almirante Cristóbal Colón, pusieron pie en tierra en esta parte del mundo en octubre de 1492. La bitácora del famoso navegante se perdió, pero en una carta suya al Escribano de Ración, se consigna el nombre de la isla de Guanahaní como el sitio del desembarco primigenio.
No existe consenso de la localización exacta del puerto primado aquende del mar. En la jornada se inscribe el famoso grito de “¡Tierra!”, de Rodrigo de Triana, aunque aún se repite la página de los 10 mil maravedíes, el dinero que los reyes católicos habrían dispuesto para quien primero la avistara.
Colón se negó a entregárselo. Por lo que se asegura hasta hoy, se limitó a decirle al alborozado marino que antes de su buena nueva a viva voz, ya él había observado en la pesada umbra del horizonte como una candelilla de cera, indicio inequívoco de la cercana tierra. El jefe de la expedición definió que fue él mismo y no otro el de la primicia. Y, por lo que parece, se embolsilló la plata.
Se sabe que el Almirante es de orígenes polémicos, aunque en la mayoría de las referencias se le considera genovés. El grafólogo español Jesús Delgado Lorenzo, el hombre que asegura que Jack El Destripador fue Arthur Conan Doyle, tiene un estudio a la luz de las técnicas policiales del siglo XXI, en el cual sostiene que el célebre marino era catalán. Tampoco existe aquiescencia en torno a su condición de descubridor. En realidad, el personaje llegó a un escenario ya poblado, sin saber exactamente de qué punto geográfico se trataba.
No obstante, para algunos autores, era depositario de un secreto sobre el trayecto que recorrió, por cierto, en plena temporada ciclónica. En efecto, no deja de ser sospechoso que, con aquella expedición malamente armada, pensara tomar posesión de territorios del Lejano Oriente en nombre de la monarquía hispana, de donde se tenían noticias de pueblos de larga tradición guerrera.
De todas formas, habría que reconocerle al hombre que fue el primero en describir la ruta de ida y vuelta en el océano Atlántico. Estableció conscientemente la conexión de dos mundos, algo que les faltó a los vikingos escandinavos en sus correrías siglos atrás. La caída de Constantinopla en 1453, marcó el derrumbe de un tiempo viejo. En conjunción con el Renacimiento, la aventura colombina, señaló el inicio de la Modernidad.
La conquista fue un gigantesco crimen, un genocidio en toda la regla del término. Después vendría la esclavización de hombres y mujeres capturados en África, en nombre de una presunta civilización tocada por métodos brutales como la cremación de gente viva en la hoguera. Jamás se logrará precisar el costo exacto en vidas que siguió a la avanzada que recaló por estas tierras en octubre de 1492. Cierta zona de la historiografía hispana, con el apoyo de cierta gente nacida de este lado del mar, sencillamente niega semejante política de exterminio.
Y afirman que España resulta víctima de una leyenda negra. Por esa razón esencial, y por otras en los órdenes antropológico, económico, cultural, social, político, tampoco habrá anuencia en torno a la calificación de la pasada fecha del 12 de octubre. En tanto en la península constituye por ley Fiesta Nacional de España, por esta región que sufrió en su carne la espada real, que alcanzó luego la independencia tras cruenta lucha, no pasa inadvertida pero no siempre será celebración.
Otra vez los grandes medios y las redes digitales fueron un mosaico variopinto para aludirla. Cada quien la define literalmente según sus convicciones: diálogo intercultural, respeto a la diversidad cultural, jornada por la hispanidad. El Comandante Bolivariano Hugo Rafael Chávez Frías la denominó Día de la Resistencia Indígena, sin olvidar el cimarronaje, ni la relatoría heroica de esta familia multicolor, de síntesis de pigmentos y de ideas que hoy somos. Y ante el desafío de la colonización cultural postmoderna, permanece la prioridad de la memoria, la voluntad de no dejar de ser, de no desmovilizarnos.