La economía mundial se encuentra en una encrucijada

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La economía se encuentra en una encrucijada cada vez más compleja. Los problemas que le acosan y los retos que tiene que resolver son cada vez mayores y más difíciles de asumir. Y lo que desespera es ver cómo la economía se ha transformado en una suerte de gran totem al que se le rinde permanente y sumisa pleitesia. Se desplieguen acciones para protegerla, presentándolas como alternativas para intentar resolver justamente los problemas que la economía, tal como la conocemos, provoca.
 Así emegen las economías “sustentables”, “circulares” o de colores: sean “verde”, “azul”, “naranja”, “violeta” o como se las quiera denominar o pintar, pero que, sin desconocer algunas buenas intenciones, terminan por no cuestionar la esencia perversa del economicismo y menos aún del capitalismo.
En síntesis, precisamos otra economía, no simplemente un nuevo apellido para la actual. Otra economía pensada y sustentada en la vigencia plena de los Derechos de la Naturaleza y de los inseparables Derechos Humanos, en este caso estructurada y proyectada desde y para Nuestra América.
 Una economía para otra civilización que empiece por entender que no vivimos un simple cambio climático. Estamos frente a un colapso climático en el marco de lo que se conoce como antropoceno, que en realidad debería considerarse como capitaloceno, sustentado en el faloceno y el racismoceno.
Lo que nos interesa es destacar que, como consecuencia de muchas reflexiones desatadas especialmente desde inicios de los años setenta del siglo XX, se produjo la entrada en escena a nivel global de la preocupación ambiental. Como fecha referencial tenemos 1992, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro.
Proponerse satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de futuras generaciones, fue un cambio importante. Aún más, se planteó que el uso de los recursos naturales pueda sostenerse en el tiempo. Este fue un punto de inflexión para empezar a reflexionar en serio sobre los límites del desarrollo tradicional.
Resumiendo, al hablar de desarrollo sustentable se abrió la puerta para buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología. Sin haber resuelto el reto de fondo, sin embargo, lo que se logró significó un paso trascendente. El tema ambiental ganó terreno, pero, a la vez y esto es lo preocupante, quedó expedita la vía para el capitalismo verde, es decir intentar resolver los problemas por la vía de una creciente mercantilización de la Naturaleza.
En América Latina esta presión es menos dramática, salvo en el caso de Chile que fue el primer país de América Latina en agotar su “cuota” del 2021 y lo hizo el 17 de mayo. En Brasil, Colombia, Perú, Venezuela, México, Argentina, Costa Rica y el resto de países, el sobregiro comienza más tarde. En países como Cuba, Nicaragua y Ecuador, la  sobrecapacidad  se  alcanza  cerca  de  fin  del  año.
Tomando como  referencia el indicador de las emisiones totales, esta región es responsable de solo el 8,3% de las emisiones mundiales; ubicándose cerca de la media global, alrededor de un tercio de las emisiones de Europa o EEUU.
Tanta barbarie exacerba cada vez más las brechas entre ricos y pobres, deteriorando la alimentación, la salud, la educación y la vivienda de las actuales generaciones, algo que limitará sus expectativas y oportunidades de futuro. Sin ser la causa de los problemas actuales, la pandemia del coronavirus.
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