Desde el mismo triunfo de enero de 1959, Fidel definió como principio la autodeterminación de la obra social y humana que comenzaba. Habló de los mambises que al fin entraron en Santiago de Cuba. Y aludió la famosa mediación norteamericana de 1933. En medio de la euforia popular, desde la experiencia histórica, perfilaba que jamás se aceptaría la injerencia de nadie.
Aún perdura la narrativa reaccionaria sobre una Cuba decidida inmediatamente a romper los vínculos con el vecino poderoso, para convertirse en un eventual satélite soviético en el escenario de las Américas.
Es falsa y calumniosa en todas sus partes. Oculta el acoso imperial contra la Revolución desde el principio. Y tergiversa el tipo de relaciones que establecería luego Cuba con aquel estado multinacional del oriente del mundo.
El Comandante en Jefe jamás comulgó con la idea de que alguna decisión, por muy necesaria que fuera para la defensa del país, extendiera la imagen de una Cuba como base soviética en esta parte del planeta.
Las primeras gestiones para adquirir las armas, por ejemplo, se hicieron en el denominado occidente capitalista que, como se sabe, chocaron con el entonces callado boicot de los Estados Unidos.
Por qué ¡Patria o muerte!
Aquella consigna de ¡Patria o Muerte!, del Líder de la Revolución, emergió en el entierro de las víctimas en el atentado terrorista contra el vapor francés La Coubre en marzo de 1960, cargado de armas adquiridas en Amberes, Bélgica, por cierto, uno de los países fundadores de la OTAN, actual sede de la Alianza Atlántica, aliado de los Estados Unidos. Aún no había relaciones diplomáticas entre Cuba y la Unión Soviética.
Girón fue un punto de inflexión decisivo. En la histórica esquina 12 y 23 en El Vedado capitalino, en la despedida de los caídos en los bombardeos contra los aeropuertos, Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución.
Estados Unidos elaboró entonces planes de invasión directa de sus tropas. Para el Jefe de la Revolución, sobrevenía un delicado problema ético ante la propuesta soviética de instalar 42 proyectiles nucleares de alcance medio en el archipiélago.
Para el Comandante en Jefe, estaba claro que la superpotencia socialista buscaba mejorar la correlación de fuerzas estratégicas. Estaba en juego el prestigio del país, pero también su sobrevivencia.
La condición de satélite no se sostiene en ninguna parte. El intercambio epistolar con Nikita Jruschov lo confirma. Y dejó claro a todo el mundo, a amigos y a enemigos, que el territorio cubano no sería inspeccionado por nadie.
Apegada a aquella idea de la coexistencia pacífica, la Unión Soviética jamás vio con buenos ojos la solidaridad de Cuba con el movimiento revolucionario mundial. ¿Cómo sustraerse de las suspicacias por la actitud del secretario general del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monje, contra el Che, tras regresar de un viaje por Bulgaria?
Nunca la Revolución Cubana ni su máximo líder, consultaron al amigo del este para cumplir uno solo de sus deberes internacionalistas. La epopeya en África, se inscribió en la estrategia asimétrica de Fidel. Al final, la Unión Soviética colaboró con ese esfuerzo, pero estuvo lejos de ser la gestora.
Tras la Perestroika…
Vendría luego la inmensísima prueba de la Perestroika y la Glasnost en la Unión Soviética. El Comandante en Jefe recordaba que los mismos que acusaban a la Revolución de satélite, la condenaron entonces por no copiar lo que se hacía por aquellos confines al otro lado del globo.
En la Sesión Extraordinaria y Solemne de la Asamblea Nacional del Poder Popular del 4 de abril de 1989, a propósito de la visita oficial de Mijaíl Gorbachov, el líder cubano defendió el derecho del archipiélago caribeño a rectificar sus problemas con métodos propios. La presunta reforma en aquella parte, terminó sepultando al socialismo. La Unión Soviética se desintegró.
Era recurrente en aquellos momentos la gorbymanía, que parecía multiplicarse por encanto. Grupúsculos contrarrevolucionarios le habían entregado en La Habana una carta, pidiéndole cortar los vínculos con la Revolución. Muchos años después, el destinatario dirá: “Si alguien quiere dictar a Cuba cómo tiene que proceder o hacerle demandas injustas, no funcionará”.
Con su consabida visión de siempre, Fidel había visto el cataclismo en el horizonte mucho antes de que estallara. Y fijó la responsabilidad de los revolucionarios cubanos de continuar la lucha pasara lo que pasara. A pesar de la catástrofe. Y como dice la trova de la tarea emancipadora, murió como vivió, sin hacer la más mínima concesión en sus principios.