La dominación de Estados Unidos sobre América Latina no tiene equivalentes en otras partes del mundo. En ninguna otra zona mantuvo un control tan directo con intervenciones tan sostenidas. Siempre consideró a la región como una simple prolongación de su propio territorio.
Por esta singular gravitación, el retroceso de la primera potencia al sur del Río Grande es ilustrativa de la crisis del poder norteamericano. Washington pierde posiciones en su viejo feudo a un ritmo asombroso.
Las evidencias de este declive en plano económico han sido contundentes luego del fracaso del ALCA. La fallida integración comercial y financiera de toda la región bajo su control, afectó un mercado tradicional del capitalismo estadounidense. Ese frustrado proyecto no fue reemplazado por ningún otro plan del mismo porte. Los tratados bilaterales no dieron el resultado esperado y el viejo anhelo de supremacía panamericana quedó archivado.
Esta adversidad económica se extiende al plano geopolítico-militar. La erosión del liderazgo yanqui no fue revertida en las últimas dos décadas con mayor despliegue del Comando Sur, la IV Flota, las bases de Colombia o la presencia de la DEA, la CIA y el FBI. La Casa Blanca no pudo repetir las ocupaciones de Granada (1983) o Panamá (1989). Reforzó el bloqueo a Cuba y ensayó complots contra Venezuela, pero no logró reconstruir la OEA, ni organizar el contragolpe continental que ansiaba el Grupo de Lima.
El mismo retroceso se corrobora en el plano ideológico. El “sueño americano” ya no deslumbra con antes. Persiste la exaltación del capitalismo puro y también la adulación de la empresa o la idealización de la competencia, pero la referencia estadounidense perdió su tradicional y excluyente centralidad. Las dificultades que afronta la economía del Norte disuaden las apologías del pasado. El acrecentamiento de la desigualdad torna además inverosímil, la identificación del sistema político estadounidense con el bienestar de las mayorías.
También pierde adeptos la vieja imagen de la primera potencia como protectora del continente. Sólo para decrecientes sectores de las elites regionales continúa encarnando los valores comunes de la humanidad. La intervención internacional de Washington ya no es vista como el único antídoto frente al caos. Salta a la vista que los marines sólo intervienen para asegurar los beneficios de una minoría capitalista del Norte. Esta revisión general del rol de Estados Unidos ha sido precipitada por la impetuosa llegada de un nuevo jugador externo.
La fulminante expansión de China en América Latina corrobora el deterioro de la dominación estadounidense. El gigante asiático no repite el perfil competitivo de Europa o Japón, que en distintas ocasiones incursionaron sin éxito sobre la región controlada por Washington. Durante la segunda mitad del siglo XX, esas intervenciones estuvieron siempre restringidas a ciertas ramas de la economía y nunca amenazaron la primacía general de la primera potencia.
La llegada de China presenta otra magnitud e introduce una inédita cuña en toda la región latinoamericana, que los dominadores del Norte denominaron en forma despectiva el Patio Trasero. La velocidad de esa penetración asiática no tiene precedentes. Comenzó en la esfera comercial a través de operaciones que escalaron a un ritmo del 26% anual. El volumen de ese intercambio saltó de 18 mil millones de dólares (2002) a 450 mil millones (2021). China se ha convertido hoy en el principal socio de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Uruguay y en el segundo México y Colombia (Quian; Vaca Narvaja, 2021).
El interés inicial de Beijing estuvo centrado en la adquisición de materias primas. Apostó a garantizar su provisión de insumos, en la región que alberga las mayores reservas del planeta. Desafío abiertamente al custodio yanqui de esas riquezas. En América Latina se localiza el 40 % de la biodiversidad mundial, el 25 % de los bosques y el 28 % de las fuentes acuíferas. También cuenta con el 85 % de los depósitos conocidos de litio, el 43 % del cobre, el 40 % del níquel y el 30 % de la bauxita. China tomó nota de ese acervo para sostener su extraordinario crecimiento.
Esa arremetida reproduce en América Latina la expansión del gigante oriental en el resto del mundo. Pero en este caso, socava directamente la preeminencia de su principal rival, en un territorio de vieja primacía estadounidense. La sorpresa de Washington ha sido mayúscula y el establishment no logra definir un contragolpe frente a semejante reto. Nunca imaginó que el avance asiático podía alcanzar esta dimensión en sus propios dominios.
China aprovechó el fracaso del ALCA que afrontó Bush y las vacilaciones de Obama en el manejo del libre comercio, para introducir sus convenios en la región. Por esa vía logró ocupar en tan sólo 20 años, un lugar muy próximo a Estados Unidos en toda la zona.
Trump intentó una virulenta reacción proteccionista. Congeló el sendero multilateral, adoptó la agenda del sector interno americanista y buscó la recaptura de los viejos mercados cautivos. Pero su apuesta mercantilista tampoco dio resultado. No revirtió el déficit comercial de Estados Unidos con China, ni mejoró el superávit yanqui con los clientes latinoamericanos.