Ramón Fonst Segundo falleció víctima de un coma diabético en septiembre de 1959. A lo largo de su distendida saga deportiva, había echado abajo estigmas, prejuicios, lugares comunes, sembrados en la cultura compartida por millones en el planeta.
Era zurdo. Hasta entonces prevalecía el criterio de que el esgrimista de esa mano solo tendría una pequeña ventaja en el inicio de su carrera. Pertenecía a ese segmento minoritario, acostumbrado a esgrimir contra derechos. Aún resulta un tema-problema: los zurdos, se sabe, hasta hoy enfrentan un mundo al revés.
Brilló como principiante, pero igualmente hasta el final de su existencia. Cerró una bitácora competitiva de 40 años, algo infrecuente. Semejante permanencia lo repartió en la costumbre. Y desde él, la zurdera dejó de ser una rareza en la esgrima, como tantas veces se dijo. Y hasta se convirtió en centro del estudio. Es popular, por ejemplo, el Test Chi Cuadrado, para determinar presuntas ventajas de ser zurdo en la espada, en el florete y en el sable.
A lo largo de la historia, se tejió la creencia de que los esgrimistas zurdos mueren jóvenes. Ramón Fonst Segundo falleció a los 76 años, víctima de la diabetes silenciosa, ese mal que discurre despacio como el día, según insiste el poema postmoderno.
Y no solamente remontó el prejuicio de los jueces que no admitían aquella lumbre inesperada de una geografía tenida a menos. Asumió aquel mensaje de lo más hondo del tiempo como un juego de inspiración para luchar, pero sobre todo para vivir en plenitud, sin un lugar para el temor.
El camino a la gloria olímpica no fue fácil, ni mucho menos. Primeramente, debió de derrotar al padre, para convencerlo de aquella ruta posible. Había crecido en Francia, donde la esgrima era un deporte extraordinariamente popular. En París 1900 se inscribieron 258 esgrimistas. Solamente 47 eran extranjeros. En espada, por ejemplo, había 102 en competencia, de los que 91 eran franceses.
Ese peso abrumador parecía inducir la percepción del arbitraje. En ese punto, Ramón Fonst Segundo actuó a la manera del pensamiento monumental de la contemporaneidad: razonar, actuar, sentir a contracorriente. Por la condición de zurdo, o por la altura de la autoestima, o por razones de identidad, el joven atleta se hizo acreedor de elevados cuantos de lumbre. Es, tal vez, un ensayo por escribir.
Mutilada la república al nacer, pero al fin la cubanidad tuvo en la alborada del siglo XX la tierra suficiente para plantar la bandera. El muchacho había crecido en la Francia de la práctica numerosa, pero él prefirió representar a su Patria.
La idea fija en el pensar, la de existir en la conciencia y en la voluntad de ser cubanos, definió la actitud de aquel Zurdo de Oro que jamás fue segundo de nadie. Ramón Fonst Segundo trasciende en la emoción de la competencia, en la cultura de la congregación, en el valor del laurel.